“La inmadurez
natural no es el problema más serio que padece el hombre sino es aún más
preocupante la inmadurez venida por medios artificiales, es decir aquella
impelida o impuesta por los demás. El hombre empuja al hombre, al otro, a la
inmadurez. De este mismo modo actúa lo que conocemos con el nombre de cultura".
Witold
Gombrowicz
"Existen tres tipos de
inteligencia: una comprende las cosas por sí misma, otra discierne lo que otros
comprenden y la tercera no comprende por sí misma ni por medio de otros. La
primera es extraordinaria, la segunda excelente y la tercera inútil".
Según la visión del manejo del poder, obtenido a través de la lectura de
"El príncipe", de Nicolás Maquiavelo, es cada día más ardua la
construcción de sociedades democráticas. Todos los individuos tienen
responsabilidades sobre las tareas que les toca. Pero la única construcción que
hoy se concibe, es la de proyectar nuestras culpas en los demás. La piedra
angular de esa inmadurez o incapacidad para funcionar se puede atribuir a la
falta de educación y formación en valores. No se está generando ese tipo de inteligencia
que comprenda las cosas por sí mismas.
También nos han envenenado con la
peor de las pociones. A la falta de inteligencia que ostenta gran parte de la
sociedad, se le suma una postura egocéntrica de los gobernantes que dirigieron
un mensaje canalla los últimos años: que las sociedades están enfrentadas entre
buenos y malos. Con ese relato aparente tan infantil han logrado que muchas
palabras claves de la cultura democrática desaparecieran. Una de las más
importantes quizás sea la de "compatriotas". La hemos reemplazado por
otras como golpistas o militantes. Hablamos de empatía con el que simpatizamos,
pero si ese simpatizante atisba alguna crítica, ya no empatizamos; hablamos de
enemigo o destituyente, con aquel que no coincidimos ni toleramos escuchar. Y
en ese carrusel miserable, no somos capaces de pedirles a nuestros adoradores
que estén a la altura de sus mandatos. Ni al oficialista ni al opositor. No
tenemos la suficiente educación para deducir que todo es una farsa
individualista, egoísta e inmadura. Nos llenamos la boca con derechos humanos,
pero pecamos de perder la humanidad de vista.
Más allá de la sorpresa de la
polaridad entre buenos y malos que los porcentajes intentan sostener en
cincuenta y cincuenta, existe un cien por ciento de percepción que estamos
transitando una actitud de miseria institucional. Y una dirigencia que con un
autoritarismo egocéntrico se adueño del concepto de derechos humanos,
obligándonos a presenciar con tristeza un chantaje moral de dimensiones extremas.
Convertirse en crítico de una situación de tu nación va condicionado con la
necesidad de poseer un certificado personal de buena conducta. Porque la
mención de la incongruencia del discurso acarrea mecánicamente la calificación
abominable de cómplice. Y esa parte de la sociedad que adhirió la idea de
integración, fue dedo acusador para ensañarse y olvidar que el término
compatriota es integrador, nunca desestabilizador.
Bajo el respaldo de la ética se
sostuvieron los más inescrupulosos. Aún retirándose del poder, permanecerán
inmunes personajes que cuesta asociar con el concepto democracia. Sus
seguidores, ahora se refugian en el paraguas de la víctima, ahora notan la
falta de libertades, ahora respiran un aire de asfixia. El que ahora siente una
brisa renovadora de cambio, se sienta frente a su ordenador o a la pantalla del
televisor, con la exclusiva finalidad de la revancha, con la incógnita de cómo
profesar el arte del escarnio. Sostener una mirada en los muros de las redes
sociales, en los foros de los distintos medios, es un resignado ejercicio donde
prima la vergüenza ajena. Se extraña la época donde en la red social se
recitaba únicamente la miseria personal, ahora está invadida por la miseria de
la militancia.
Muchos de los personajes mediáticos
y dirigentes políticos han considerado que formaban parte del show o
coreografía, montando personalidades patéticas. Consideraron que de esa
actuación se regresa sin consecuencias, pero como con la muerte, hasta ahora no
hemos podido encontrar a alguien que pueda regresar de esa experiencia con la
dignidad intacta. La corrupción ha dejado de ser un tema prioritario, el grito
que se escapa involuntariamente entre los dirigentes es que el otro roba más
que los nuestros.
En el noventa y nueve por ciento de
los casos, las culpas que nos persiguen no son culpas nuestras. Ya no nos
alcanzan los perfiles para mirar a otro lado, y profesar el expiatorio:
"yo no fui". La basura ya no se barré debajo de la alfombra, ese acto
instintivo ahora se considera hipocresía, o no genuino. Como dejamos de barrer,
ya no encaramos soluciones, hemos perdido la destreza, hemos recibido la
categoría de sociedades inmaduras.
Hasta hace poco siempre la culpa fue
de la generación anterior. Ahora sorprende el giro inaudito de echarle la culpa
a la generación siguiente. El desestabilizador es el que vendrá, no él que con
estadísticas comprobables está despeñando la historia. El personaje central
ahora es el chivo expiatorio, no es habitual decir "me equivoqué",
"no estuve a la altura", "no preví las consecuencias". Solo
defensa y ataque, de todos los bandos. Creemos tener cultura democrática, sólo proyectamos la impericia en el otro, en el que tenemos más a mano.
Inventamos el mal, le damos mística, asustamos a las ovejas y dejamos al sol
nuestra verdadera piel de zorro.
La educación ya no nos provee de
herramientas cognitivas para apuntalar procesos de maduración y desarrollo. La
educación ya no apuntala a la ética y a la moral como elementos distintivos.
Además de perder la connotación de la palabra compatriotas, hemos resignado el
uso de una cualidad determinante, la virtud.
Ya nadie lee un clásico, filosofar
es charlatanería. Cuanto más hablamos, más se ha descuido los usos de la
lengua. Procuren leer un mensaje de wassap, un comentario de facebook, un mail
o una carta publicitaria: abunda lo mal escrito, la palabra error ha sido
cesada en pos del término horror. Y la pregunta inmediata es: ¿Para qué
escribir bien si lo que predomina es una moral obscena? Transitamos la era de
la comunicación, y la representamos con banalidad, frivolidad y precisamente,
incomunicación.
Ofrecemos nuestra temeridad para
construir los estados. Carentes de criterios de decisión, nos han narcotizado no
sólo con el narcotráfico, también con el servilismo. He leído más de un
comentario que vaticina: "ya verás cuando te quiten los subsidios".
Es patética la premonición, antes el rol de un subsidio era temporario, la
inmadurez nos ha hecho creer que el Estado es paternalista, y el paternalismo
dura toda nuestra vida activa, y luego lo debe reemplazar la jubilación.
Comentar esto como una idea filosófica te acarrea el riesgo que te definan como
insensible o de derechas. Mitad de un país amparado por algún tipo de subsidios
obliga a pensar que las cosas se siguen haciendo mal; pero observamos a la
militancia despedir con lágrimas en los ojos al líder que nos devolvió la
dignidad, al grito infantil de "no fue magia". Es la reacción de la
ignorancia, que distrae la pérdida de valores, de incentivos, y el arraigo del
conformismo, del oportunista y el abotargamiento intelectual.
La falta de madurez ha derrumbado el
uso del dicho "Predicar con el ejemplo". Hemos adherido al "Haz
lo que yo digo, no lo que yo hago". El ejemplo es espúreo, nada es
espontáneo, nos hemos deshumanizado. Esperamos que las efemérides nos devuelvan
brisas de cambio. Queremos acortar la brecha, pero lo único que aportamos es
una pala, para profundizar la grieta.
Los jóvenes son dobles víctimas, su
juventud es demasiado tentadora para los adoradores de la militancia; por otro
lado, llevan más de una década creyendo que los valores democráticos son estos,
les hemos dejado sin la posibilidad de revisar legados. Carentes de formación,
no comprenden la limitación para el buen funcionamiento de un sistema
democrático. Al creer que crean "movimientos", sólo han logrado ser
ciudadanos pasivos, indolentes, indiferentes y ceden el deber de ciudadanos por
el linaje de súbditos dóciles. Sin educación es difícil vivir en democracia.
Sin educación no hay hombres libres; sin educación desaparece el ícono de
compatriotas; sin educación, fiesta cívica son actos egocéntricos. Sin
educación podemos creer que no fue magia...
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