"Los únicos interesados en
cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con
lo que hay"...
José Saramago.
Un día me dejé crecer la barba y ya
pasaron treinta años de ese hito. Harto de sufrir mañanas de rasuradas, irritado
por abrir los poros de mi cara con abundante agua fría, molesto por el ardor
que generaba la loción post afeitado en mi delicada piel, sensible por los
habituales cortes que me generaban persistentes gotas de sangre que tardaban en
cicatrizar, afligido por la estética al salir de casa con un papel absorbente
pegado sobre mis variadas heridas y dubitativo por los escasos pelos que
asomaban tras un par de días de descanso de piel, comprendí que era un buen
momento para transformar mi fisonomía. Y le dije adiós a la maquinita de
afeitar. Expliqué como justificando, que el día que me cansara la barba, me iba
a dar cuenta con solo mirarme al espejo. Y actuaría en consecuencia.