sábado, 18 de abril de 2015

Todos los trenes van al purgatorio



“La vejez no llega con los años, sino con el olvido”.

Gabriel García Márquez

El purgatorio es una palabra claramente literaria, además de religiosa. Por un lado, porque “La divina comedia”, de Dante Alighieri, es una novela alegórica sobre el paso en la vida por el infierno, el purgatorio y el paraíso. Y tiene un sonido tan poético, que marca continuamente el derrotero de un escritor. Aquel que pelea toda su vida, quizás sin éxito, por convertir en oficio o voz clara, un hobby o una capacidad, y lograr trascender su mensaje, permaneciendo atrapado en su penitencia. En ese caso, la literatura es “su” fatalidad. Y también para aquel que no logró en vida, la trascendencia que su muerte le puede llegar a deparar. En el medio, una selecta clase, aquella que supo conocer la gloria viva.


Existen celebridades que no alcanzan nunca la eternidad, que no sobreviven a la muerte. A otros como Sandor Marai, Franz Kafka, Irene Nemirovsky, Herman Melville, Winfried Sebald o Stendhal, con sus fallecimientos, les sobreviene el cielo, el Olimpo, el reconocimiento de sus plumas que los devuelven a la eternidad de lo terrenal. Es un fenómeno que nunca se explica, solo se sabe que se da, y que los afortunados se quedan sin la capacidad del disfrute. Existen otros, definidos como de otra categoría, que tras la muerte, confirman su condición de místicos, estamos justo ahora recordando un año de su muerte, tal el caso de Gabriel García Márquez. Sus niveles de venta del último año, no han desentonado con sus guarismos de vida. La existencia del escritor continúa vigente aún en su muerte. Distintas maneras de conocer la gloria o el infierno, la eternidad o la intrascendencia.

Recorriendo su primer año de soledad, las ventas de sus principales títulos, se incrementaron en un 43%. Su condición de hombre de primera fila literaria se mantuvo, al día de hoy, se le continúa leyendo. En América, Cortázar, Fuentes, Rulfo, Sada, Borges, Onetti y tantos otros que se pierden en los laberintos de ese purgatorio superado -llamémosle “gloria”-, permanecen como faros. Las librerías los mantienen como clásicos. Parte del secreto de esta permanencia podríamos encontrarlo en una frase de Italo Calviño (otro habitante de la gloria), que nos recuerda que “un clásico nunca agota lo que tiene que decirnos”, que podríamos desarrollarlo como esa extraña capacidad de lograr que a cada generación lo represente de modo diferente, pero a su entera satisfacción.

“Si algún día la especie humana se aniquilara a sí misma, la literatura tendría la última palabra, aunque fuera en forma de octavilla”, la frase pertenece a Günter Grass, premio Nobel de Literatura en 1999 y uno de los escritores más influyentes del siglo XX. Su obra abarcó novelas, poesías, cuentos, ensayos, memorias y obras de teatro. Se volcó a la pintura y a la plástica y en la última mitad del siglo pasado, se convirtió en portavoz de una memoria que tendemos a olvidar.

En su biografía “Pelando la cebolla” (año 2006), Grass contó por vez primera –y por primera podemos decir, por primera vez editada-, que en su juventud, formó parte de las Waffen-SS, cuerpo de seguridad especial del régimen nazi. Tamaña confesión irritó y escandalizó a muchos, los críticos que tanto abundan lo tildaron de impostor, sesenta años después de dictar permanentes normas de moralidad, a las generaciones que vivieron el atroz estigma de ser alemán. El problema, es que quizás Grass encajó mucho mejor en sus análisis la permanente encrucijada de errores, polémicas, tabúes de la humanidad, mientras que la hipocresía de los humanistas, no toleran el desconcierto o la contradicción de sus estandartes.

En su primera presentación luego de conocida su auto confesión, hizo un gesto de comprensión hacia todo aquel que se sintió defraudado y con uno de sus habituales desarrollos filosóficos, donó un pensamiento que todos deberíamos contemplar cada fracción de tiempo. “Muchos se desenvuelven como si su memoria estuviera libre de dudas”. En definitiva, al momento de justificar la entrega del Nobel, la Academia Sueca ya había considerado que, la obra de Günter Grass propone una amplia revisión de la historia, recordando lo que había sido negado y olvidado: las víctimas, los perdedores y las mentiras que la gente quiere olvidar, porque creyeron en ellas un día.

Salman Rushdie hizo una alegoría para su despedida – Grass falleció a los 87 años, el pasado 13 de abril- donde recordó dicha polémica: “Cuando la gente lo atacó con maledicencias, nazi, antisemita, yo pensé: que sean los libros los que hablen por él, pues son las mayores obras maestras antinazis jamás escritas, y contienen pasajes sobre la ceguera elegida por los alemanes frente al Holocausto que ningún antisemita sería capaz de escribir jamás”. Labró su reputación a través de obras como “El tambor de hojalata”, “El gato y el ratón”, “El rodaballo”, “La ratesa”, entre otras, definiendo en ellas una actitud de compromiso y una visión general del mundo que plasmaba perfectamente en sus escritos. Su desaparición nos pone en el brete de suponer, si su vigoroso análisis social podrá perdurar en estos tiempos sin rumbo. Un último rasgo clarificador, jamás antepuso la ideología a la literatura. La literatura debe tener pensamiento, pero Grass logró lo esencial, no se le debe notar. Esa podría ser la ideal definición de compromiso, y no la de muchos oportunistas literarios.

“RECORDAR: Del latín re-cordis, volver a pasar por el corazón...”

El mismo día y con 74 años, falleció Eduardo Galeano. Su pensamiento, su condición de viajero y analista infatigable, le permitieron acceder a cualquier rincón de América y del mundo. Y con el paso del tiempo, perduró su consistencia literaria, por sobre su posible fortaleza de ideas políticas. Si bien la primera memoria nos remite a “Las venas abiertas de América Latina”, el formato que lo consagró y le permitió perdurar, fue el de los textos breves, pero certeros al alma. De esta manera, se le consideró un estilista de excepción. “Días y noches de amor y de guerra” o “La memoria y el fuego” prueban sobradamente una visión luminosa de los temas abordados.

Tuvo suficiente ascendencia sobre los más jóvenes, siendo cuestionado o rechazado por sus posiciones políticas por un considerable sector de los adultos. Y todo a través de esta obra para muchos de culto de la izquierda latinoamericana y para otros, apenas un vigoroso panfleto. Pudo distorsionar o exagerar la historia, pero ha dejado retratado a las distintas capas dominantes de América. Gran parte de las vejaciones editadas son ciertas, la radicalidad puede sobrevivir en las almas que se adhirieron o rechazaron, quizás no bastó para explicar el motivo de nuestro subdesarrollo. Más de 70 ediciones desde su publicación en 1971, conservan intacta su capacidad de indignar o criticar.

Su lectura pudo resultar adictiva para parte de una izquierda que solo confiere el rol de maligno a los empresarios o líderes del capitalismo. Parte de sus seguidores han obviado un juicio de valor manifestado por el propio Galeano, en abril de 2014. Consultado sobre las venas abiertas, el autor uruguayo sorprendió con “no sería capaz de leer el libro de nuevo. Para mí, esa prosa de la izquierda tradicional es aburridísima. Mi físico no aguantaría. Sería ingresado al hospital. Intentó ser una obra de economía política, solo que yo no tenía la formación necesaria. No me arrepiento de haberlo escrito, pero es una etapa que para mí, está superada”.

Tal la controversia suscitada con Grass, en este caso, solo los críticos de Galeano se animaron a alzar las voces, dándole tintes de enorme derrota a un socialismo que se suele cuestionar. El gesto que tuvo Galeano de mostrar un discurso mesurado no desacredita su obra, desacredita a todo aquel que se obsesiona en adueñarse como dogma, de cualquier interpretación, que debería ser motivo de debate. Como en el caso de Gúnter Grass, prevaleció en mí la sensación de honestidad intelectual, por sobre una supuesta interpretación personal, que la historia cambia indeclinablemente de prisma, ante la evolución que solo a algunos les da el paso de los años.

Con las muertes de Galeano y Grass, se pierden referencias claves para intentar comprender los contrasentidos del mundo. Racismo, colonialismo, sociedades de consumo, vacíos intelectuales, violencia, mentira, sometimientos, maniqueísmo e individualismo, nos obligará a que sus textos mantengan actualidad. La contradicción sigue vigente en el centro de nuestra humanidad, lo que tiende a desaparecer es el lograr ver lo que no se llega a mirar, o escribir lo que no se sabe decir. Y eso es motivo más que suficiente para que estos escritores apenas alternan cualquier purgatorio.

“La literatura es algo que le importa mucho a muy poca gente”.
Martín Kohan

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