“Ser natural es la más difícil de
las poses”.
Oscar Wilde
Vaya, vaya. Acabo de cortar una
comunicación por Skype con mi amigo y teacher Mike, y lo increíble que sucedió
no debería ser asombroso. Pero toma esos tintes porque debo estar muy estresado
en estas semanas, donde el comunicarse se cotiza tanto como el agua en el
desierto. Es decir que la conversación con Mike tuvo de increíble, lo que para
él tuvo de normal, es que estuvimos conversando en inglés el tiempo exacto de 1
hora y 52 minutos.
Y antes de solicitarle la video
llamada, estuve tentado a no hacerlo, por temor a que él notara que mi
vocabulario había decrecido en este mes que no estoy por Bilbao. Pero al
terminar de contarle mi derrotero de estas semanas, Mike me felicitó alentándome
a trasladar este nivel de “confidence” a la calle, a la gente, a la que no sabe
que a mí me cuesta el inglés, a aquellos holandeses que hablan su segunda
lengua como si fueran habitantes de Oxford.
Y soy el primer sorprendido. Porque
a veces creo que esos casi cuatro meses que visité a diario a Mike para
sostener conversaciones en inglés, que más que charlas, parecían sesiones
psicoanalíticas, por mis diversos estados emocionales ante la nueva aventura,
ahora instalado en Breda, parecían un sueño o una falsa impresión de mi nivel
del idioma del Bardo. Pero mágicamente, Mike escuchó mi resumen de este mes en
otras tierras y apenas me ha corregido con los vicios recurrentes que a pesar
de aprender, sigo arrastrando todo el rato.
El tiene parte del secreto, vive en
Bilbao hace catorce años y también ha sufrido la adaptación al idioma: “Yo te
hablo más pausado porque se que te dificulta la comprensión, no el habla. Eres
osado, pero cuando sales de tu zona de confort, te asustas. Tienes pánico al
equívoco. Pero el error es lo que perfeccionará tu inglés”. En una palabra, él
me quiere inculcar que la madurez me la dan mis actos, la gente no siempre ha
de juzgarme si me equivoco en el proceso de comunicarme. Casi, casi, como que a
la gente le divierte que uno se equivoque, muchos te ayudan más fácil a salir
del atolladero.
Pero en el proceso, es indudable que
te desmoralizas. A veces un poco, muchas otras, bastante. Y tiene su lógica,
está dentro de un proceso de cambio, y tiene su beneficio. Dosificamos tanto lo
que queremos expresar que volvemos a ser humildes, no nos sostenemos sobre lo
ostentoso de nuestro léxico, de nuestra sabiduría, de nuestra vanidad. Y cuando
regresas a la tranquilidad del castellano, ahora puedes valorar y agradecer la
facilidad de comprensión, expresión y el enorme vocabulario que sostengo en mi
lengua madre. Hasta parece que cambiar mentalmente de idioma te da mayor
seguridad, como que de a poco incorporas un nivel de conocimiento aún más
importante. Claro está, que para el que sabe perfectamente varios idiomas, esto
puede ser considerado una “minúscula hazaña” o tontería.
La primera vez que viaje en tren,
desde Breda hasta el aeropuerto de Amsterdam, en mi afán de expresarme
correctamente y hacer todo bien, me recontra aseguré que estaba en el tren
correcto. Pero cuando todo estaba más que claro, un atisbo más de inseguridad
me llevó a preguntarle a otro pasajero la enésima consulta en el mismísimo
asiento de segunda clase. Pero esta vez en vez de anunciar si el tren iba hacia
Amsterdam, con un going to, por ejemplo, se me ocurrió decir Is this train from
Amsterdam?, ante lo cual, el pasajero con naturalidad me dijo que no, y yo al
escuchar la negativa no me permití razonar ni mi error ni el agregado del
pasajero, que me corrigió con un: "to Amsterdam". Cuándo me serené y
lo razoné, me saqué flor de peso de encima, al tiempo que me enojó saber que
por afán de asegurarme, terminaba complicando las cosas, y sobre todo con un
matiz tan bobo, de reemplazar to por from.
Siempre recuerdo a un gran compañero
de la primaria, que tenía dificultades en las horas de inglés. Nos pedía que lo
ayudáramos en lo más simple, aún en cosas que si se detenía a pensar, él sabía
de antemano. La más ocurrente de todas, para él significó una profunda
humillación, que se mantuvo durante todo
el ciclo primario. Ante la inocente pregunta ¿qué eres tú?, su compañero de
banco le sopló con algo de malicia la respuesta con un matiz de pronunciación:
“Alla me voy”, en vez del consabido I’m a boy. La pronunciación no fue
razonada, ni al momento de manifestarla, y la risa de la maestra todavía
perdura en mi perfil mental que guardo de ella. Y espero que mi compañero no se
haya estancado en factores emocionales para no progresar en un idioma, que si
perdía el miedo, estaba más que apto.
Estos disparates lingüísticos son
considerados divertidos si provienen de niños. A veces, de adultos pueden
generar burlas o enojos. Algunas personas pueden ser groseras o como mínimo
impacientes ante nuestra dificultad, y esas manifestaciones nos suelen bloquear
a un nivel increíble. Lo curioso es que cuando yo les daba clases de castellano
a los chicos de África o Asia, le decía que lo elemental era animarse a
preguntar en la calle, y si notaban que la otra persona se ponía tanto o más nerviosa
que ellos, optaran por agradecer y buscar una mejor ayuda. Yo tenía el secreto
para ellos, yo más que conocimientos gramaticales, les aportaba el secreto de
la calle, la psicología del transeúnte. Y ahora, en las calles de Breda, me la
paso resbalando. Y no a causa de la nieve, precisamente.
Pero no me está yendo mal. Se de
antemano que no tengo vocabulario, pero no para conversar, sino para escuchar y
me presento consciente de mi limitación. Y salgo al menos empatado, de mis
distintos lances. Así todo, en vez de ganar en seguridad, creo que en la
siguiente la habré de errar y feo, y ahí es donde veo el resoplido de enojo del
posible interrogado, y ante la duda, me demoro una eternidad en acometer la
siguiente consulta. Y eso que los expertos afirman que en proceso de adquirir
un conocimiento, es esencial y beneficioso para la memoria, el poder
equivocarse.
Y paso por situaciones divertidas.
Se me aconseja que pregunte cosas en la calle. Y yo no suelo hacer eso ni en el
barrio de toda mi vida. Me cuesta errores entrar en la carnicería de la esquina
y preguntarle por todos los cortes que desconozco de carne en Holanda, que para
sintetizar, son todos. Pero un día encaro la calle, aprovecho que se viene el
cumpleaños de Fer, y me meto en varias tiendas con el fin de hacerme con un
regalo. Y al terminar la maratón, me doy cuenta que de la nada, le conté parte
de mi vida a un ocasional vendedor, que se sonrió cuando le pedí disculpas por
mi interloquio tan extenso, innecesario. Y más, cuando me he ido de la tienda
sin comprar nada.
Un estudio refleja que la
adquisición de un nuevo lenguaje activa las mismas zonas cerebrales que
responden a estímulos como el sexo, la alimentación, el juego o las drogas. Lo
confirmaron invitando a treinta y seis adultos a aprender palabras nuevas
mientras monitoreaban su cerebro con resonancia magnética. La aceptación del
nuevo idioma equivalía a impulsos vinculados al placer y la recompensa. Y van
un poco más lejos, ante la dificultad de expresiones complejas y finalmente,
satisfactorias, el resultado es mayor, como cuando superamos una compleja carga
emocional.
Las lenguas son fenómenos sociales
que se ejecutan entre las personas. Interactuando confirmamos nuestras
habilidades. La timidez o pudor, suele ser un proceso “mental” que no permite
mostrar actitudes o simpatías de muchos de nosotros. Y esa carencia te sabe
mal, muchas veces no te permite demostrar con naturalidad tu simpatía, tu
inteligencia, lo ameno de tu compañía. En mi caso particular, debo olvidar que
el castellano es mi gran herramienta, y que aún con limitaciones, estoy
logrando comunicarme en otro idioma. No me queda otra que aprender a hablar con
los demás, de nada me sirve acertar todos los listening de internet, o no
fallar ni una de los multiple choise ante las preguntas de un Reading, si
después no me animo a comprobar mis supuestos avances.
Mientras memorizo un speech
introductorio para abordar la oficina de correos, el super mercado o el técnico
de la caldera, ruego que ese speech de presentación no se vea alterado por esas
imprudentes súbitas preguntas que me aparten de mi discurso. Y eso siempre
pasa, eso debe pasar porque la interacción es dinámica, aunque mal me pese.
En mi última semana en el País Vasco
me refugié en la protección de mis amigos, elaborando en silencio la inminencia
de su perdida. En la casa de mis amigos Urrutia decidí pasar las últimas noches
y me sentí muy querido y protegido. La mañana de Reyes, fui testigo de sus
regalos del amigo invisible. Y me incluyeron en la ceremonia. La familia me
hizo un gran regalo, que todas las noches me obliga a recordarlos con amor. Una
mini lamparita para adherir a las hojas de los libros, y me permite continuar
con mi enfermedad de la lectura. Pero para hacerme con ese presente, me dieron
seis pistas para buscar en la casa. Cuando vi que las señales estaban en inglés, entré en pánico.
Las palabras me parecían extrañas, tenía que lidiar con el bloqueo que me bajó
raudo. Tardé minutos que parecieron años, y eso me permitió confirmar que el
arte de comunicarme en otra lengua, llevaría su inevitable tiempo de
adaptación.
Así que mañana, envalentonado por mi
conversación con Mike, volveré a las calles de Breda, dispuesto a cometer
errores y horrores del lenguaje. El reloj mental, que se asemeja a un cucú que
me taladra las neuronas, sintonizará esos segundos tan incómodos, que preceden
al silencio o al fallido, esperando que el bloqueo se desvanezca, para poder
reanudar el discurso mental que tan bien había preparado en la ducha. Y así
hasta que todo parezca natural, quizás de llegar ese día, ya no sienta la
tentación de pasar a propósito por la oficina de correo, para enviar la enésima
carta desde el mes de enero. Eso significará que he aprendido y podré gritar
con orgullo: Allá me voy…
PD: Gracias Mike, una vez más, Gracias!!!
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