“Me voy, me voy, me voy, pero me quedo,
pero me voy, desierto y sin arena:
adiós, amor, adiós, hasta la muerte”.
Miguel Hernández – Soneto “Yo se que ver y oír”.
La creatividad guarda una relación constante con la saturación. Puede ser desbordante tanto la carga psicológica de la inspiración con su impulso a borbotones como cuando no surge la temática o prima la angustia del no poder escribir con calidad o continuidad siquiera una cuartilla. Se supone que un escritor, profesional o no, siempre querrá escribir. Si no lo hace, tal vez no sea una crisis sino un impasse. La obligada sensación de tener que acudir a talleres creativos o de creación literaria forma parte de las imposiciones snobs que nos vulgarizan o nos unifican -todos sin originalidad haciendo lo mismo porque se estila-. De no prestar atención a la vocación, a la capacidad literaria o filosófica de comunicar y hacerlo como a cada uno le plazca, sin convencionalismos, en algún momento debamos penar con resignación y sin capacidad de maniobra, de que la literatura en general llegará a ser producida o escrita por computadoras.