“No se combate el fascismo porque se
le pueda ganar; se lo combate porque es fascista”
Jean – Paul Sartre
Se suele oficializar su origen el 23 de
marzo de 1919 cuando se funda en Milán el grupo “Fasci italiani di combattimento”.
Han pasado más de cien años y se mantiene como ideología política en muchos
movimientos de extrema derecha. Pero lo más notable es que su terminología sigue
siendo indefinida porque figura como un término político y social más utilizado
para generar una descalificación. Es difícil encontrar un vocablo tan manoseado
en los últimos tiempos, suele ser palabra acreditada para el insulto rápido y
la descalificación moral del otro. Hoy si alguien se enoja porque piensa distinto
-o no piensa, que es lo más habitual -te puede decir fascista a la cara. Es que
a cada rato definimos a alguien como fascista, olvidándonos peligrosamente lo que
en verdad supuso ese movimiento.
Pero, usted ¿conoce a alguien que se
proclame fascista? Es paradójico porque el fascista siempre es el otro. Es como
si no existiera perspectiva sobre la realidad de las cosas o si el término
fascismo se hubiera reducido a un insulto descalificador. El monstruo parece
que continua vivo, tal como alguna vez predijo Umberto Eco, donde el culto a la
tradición ya perdida, la exaltación de un nacionalismo rancio y mentiroso, la
xenofobia y el machismo -incluido el de muchas feministas insolentes-, la
pasión por que todo se mantenga homogéneo rechazando la disidencia u otro punto
de vista, la apelación continua a las emociones de “cocodrilo” o la humillación
social, política u on line, sostiene con nostalgia un autoritarismo creciente
en el ser humano. Eso sí, siempre definidos como demócratas y tolerantes ejemplares.
Ernest Hemingway definía al fascismo
como “una mentira contada por matones”. También lo podríamos situar en un
estado de ánimo que conlleva un evidente declive de lo social. Igualmente podemos
presumir que mantiene vigencia al sostener un marketing ético, que intenta
retroalimentar la sensación de que todos estamos tan estudiados que nos
encasillan en diversas celdas o cepas consumistas. En todo caso es un vocablo
que puede demostrar que nos invade la desinformación sobre lo que en verdad fue
aquel movimiento, poniendo en peligro la comprensión del presente. Norman
Mailer advirtió que el fascismo es aún más natural que la democracia, porque
siempre se necesita una figura protectora que te oriente, que te diga que
puedes o no puedes hacer. Si no, me remito a las religiones, en épocas de
crisis alimentamos la ingenua necesidad de que hay alguien superior que frenará
las ínfulas destructivas de los habitantes sociales. Es conmovedor creer que
cuando uno reza, se está comunicando con la virgen o con el hijo del dios.
Las plagas regresan. Solemos descuidar
el aprendizaje de los errores. Nos dormimos siestas largas que nos retrotraen a
épocas nefastas. Somos una inevitable tendencia al pasado a pesar de avanzar a
pasos agigantados hacia el futuro, como si lo rechazáramos. Le tenemos miedo al
mundo que desconocemos. Señalamos poco a los de arriba y mucho a los de abajo
-judíos, inmigrantes, refugiados, homosexuales-, confundimos peligrosamente términos
como unidad con uniformidad o unanimidad. En todo caso, es temerario no poder
observar un presente con fenómenos nuevos de forma inapropiada. Nadie quiere
ser tercer mundo, todos somos potencialmente habitantes de la elite. Sobra el
miedo, estamos agarrotados, no surgen ideas unificadoras. Tenemos la sensación de
que sólo un Dios nos puede salvar. Y ahí aparecen los fantoches, cada vez menos
calificados.
Para algunos, Donald Trump debería ser
una bendición ya que representa el mejor ejemplo de cómo se ha alimentado del
resentimiento y la desigualdad de una sociedad. El fascismo se nutre de una sensación
de superioridad y pureza que se ve perjudicada por mitos y metáforas externas que
menoscaba y alimentan la necesidad de este tipo de políticas. La habitual
conducta horrible de Trump es generadora de todo tipo de rupturas. El hombre
pensante debe despertar, reaccionar ante la locura que histeriza al mandatario
estadounidense. Estamos transitando una época extraña donde estos personajes
acceden al poder sin una gran idea. Existe un enorme desprecio hacia las instituciones
parlamentarias, no solo a la vieja política. El deseo de que un líder fuerte
nos proteja de un enemigo ficticio se utiliza en muchas latitudes.
“Los fascistas del futuro se harán
llamar antifascistas” previno Churchill y no se equivocó. Se esparce un miedo
irracional para inmediatamente presentarse como los salvadores -hoy mismo lo
podemos presenciar en Argentina y lo hemos visto repetidas veces-. Ellos nos protegerán
de los miedos que han creado, de las operaciones que han validado para
desestabilizar el escaso orden interno. A estos se le suma el descontento que
arrastran los pueblos, y su poca dignidad por construir grandeza y futuro. Se
vota con el bolsillo y no con las convicciones -es verdad que no hay candidatos-
y el gran problema que habita en las cuestionadas democracias es el auge del
resentimiento. Hay demasiada desigualdad entre ricos y pobres, y tratamos desesperadamente
de formar parte de los invitados al banquete. Él que más insulta, desacredita,
provoca y maltrata, grita en forma airada que no hay libertad de expresión, que
le persiguen y que se vive en un sistema dictatorial. Es de libro, pero vuelve
a funcionar. El pueblo es la comunidad "virtuosa" que enfrenta a los políticos corruptos
a través de un hombre fuerte que los representa. Me viene a la mente una frase
de una nota de El País, cuando los pueblos aman a sus propios ladrones.
El facha no se viste ya de uniforme, va
vestido de civil denostando la racionalidad. El fascista tiene numerosas formas
y demasiadas caras, ha entrado en nuestras vidas como método de reacción casi
habitual ante la discrepancia. Se ha blanqueado su acepción -recordando que el
facha siempre es el otro- a consecuencia de la pérdida del valor de la palabra
y del estado de abandono que nos ha generado -por hastío- nuestra clase política.
El problema es mayor cuando la mayoría de la población eligen en forma democrática
a sus líderes nacionalistas, intolerantes, prepotentes, antisemitas o racistas.
De este modo, todo aquel fascista, que dice no serlo, ha permitido que la
democracia se convierta en una forma de represión con consentimiento… popular…
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