“ Aprender no es saber: de aquí nacen
los eruditos y los sabios: la memoria hace a los unos, y la filosofía a los
otros”.
Alejandro Dumas
Se suele envidiar a aquel que sabe un
poco de todo o también a quien conoce mucho de un tema por sobre otros. Pero
molesta que en su difusión, hable más de lo que calle, escuche o mire. Suelen
no callar, ellos saben derivar siempre una conversación trivial hacia su propia
experiencia. En ese discurrir continuo del palique, se suelen perder en sus
propios análisis hasta dar una alarmante sensación de carencia de síntesis. Y
es ahí donde uno que sabe de pocas cosas se puede dar cuenta, que en realidad,
esa persona habla pero no sabe mucho, no conoce, no ha transitado. Ese es el
problema del erudito, tiene en su memoria demasiada procedencia externa que le
hace ruido sin permitirle sus precisiones intimas, su yo interno. Por eso nunca
pudo ser sabio. Y hoy, paradójicamente, extrañamos a ambos.
El saber no ocupa lugar, pero hoy se
necesita el disco rígido mental libre de información. Todo lo alojamos en la
nube, en el móvil o ordenador, todas vertientes de la inteligencia artificial.
El saber pasó a ser una actitud superficial. Estamos expuestos a una desnudez
casi extrema ante el mundo, ante el peligro. Queremos ser libres de
información, de la manipulación de la comunicación y de la falsa erudición que
nos han obligado a transmitir o insinuar. Pero se han abandonado de tal manera
que al desarrollar mínimas habilidades se pierde la capacidad de tomar
decisiones o de variar rumbos esquivos. Somos seres que comprobaron que la
ignorancia acerca a la felicidad y lo deseamos fervientemente, sin disimulos.
¿Para que cultivarse si la cultura se
usa para humillar o diferenciarse? La cultura parece habernos llevado hacia una
maquinaria maquiavélica de producción, consumo y desecho permanente que en su
voraz crecimiento ha logrado desecharnos a nosotros mismos. La gran duda
existencial es que la cultura está siempre presente e involucrada negativamente
en los ideologiarios empleados y no
parece ser que haya encontrado nunca el camino para solucionar la convivencia
equitativa y justa. La cultura tantas veces parece alimentar la separación en élites de personas, y por consiguiente, de grupos sociales que no dirigen el
supuesto progreso de manera adecuada. Es verdadero que tantas veces se siente de parte del intelectual la latente presunción de una superioridad intelectual, moral o política, que en realidad no tiene nada que ver con el concepto de sabiduría ni de filosofía.
No debemos confundir cultura con
erudición. El erudito guarda su patrimonio en una caja pequeña, eructando
repeticiones que con el tiempo suelen saber a moho o desencuentro con la
realidad. Añade conocimiento al conocimiento para su lucidez personal o para la
obtusa necesidad de imponer sus condiciones al resto de los mortales que le
rodean. Esta parece ser la actitud política de estos tiempos, saben poco de
todo, y nada de nada, pero se mueven como interlocutores veraces de las
necesidades de los de a pie. Sobran esta especie moderna de eruditos y
carecemos de aquellos sabios que con la adquisición de conocimientos lo añaden
a sus competencias, tratando de fermentar nueva riqueza, relacionándola entre
sí. Este personaje cultivado no suele estar en el poder, y cuando le convencen
de formar parte, cae en la trampa de un tejido plagado de rutina ignorante que
le desequilibra emocionalmente hasta perder la compostura, ser el chivo
expiatorio o retirarse alelado.
Como le estamos dando espalda al
conocimiento, estamos confundiendo cultura con erudición. La cultura siempre ha
distinguido a la persona por aplicar los conocimientos acordes con el
comportamiento, de manera armónica, coherente y relacionadas. Y esencialmente,
transitan en las sociedades que habitan con una posición de independencia. Nos
alejamos de ese sabio porque le exigimos sencillez para explicarnos las
tribulaciones mundanas que ellos intelectualmente tan bien tesinan. Pedimos en
realidad, que baje su nivel para entenderle. Y esa práctica se ha adaptado a
todo orden en la vida, se ha bajado el nivel de una manera que el falso
erudito, culto o intelectual ya no debe disimular el fino barniz que asoma de
ignorancia supina y egocéntrica. En definitiva, la cultura nunca nos hace más
inteligentes, sino más cultos. Y hoy escasean los cultos, y los inteligentes
pierden entre los que utilizan un intelecto destructivo. No se defiende el concepto del bien, verdad y belleza al vivir en un mundo totalmente alejado de los verdaderos fundamentos del ser humano.
Y como el listón esta por los suelos,
aceptamos considerar a los eruditos de antes como ilustrados referentes,
próceres de la intelectualidad que en realidad esconden más intereses políticos
que filosóficos. Cada sociedad, como familia, buscan manejar su propia
onomástica que los diferencie, que los haga especiales, diferentes. Y el líder
político que como referencia intelectual solo tiene su carisma, sabe aprovechar
esa necesidad distintiva. Los de derechas, ultraderecha, centroderecha,
izquierda, centro izquierda, socialistas o comunistas adoran a sus pseudos
intelectuales a los que han llamado mariscal, coronel, caudillo, comandante,
duce, fuhrer, camarada, compañero o conducator, ensalzándolo a niveles
enfermizos y solo a pocos degollando consumado el fracaso. Somos yoes
desenfrenados que alimentan su egolatría con discursos sin contenido pero con
emociones o sensación de justicia cuasi divina. Nuestras manías de grandeza
crecen a la par que nuestros delirios de persecución, el problema en realidad está en el genoma humano.
Nos abrazamos por ejemplo a gurúes
como Marie Kondo que nos reprende por no lograr reorganizar nuestras vidas en
base a un utilitarismo extremo basado en la renuncia. Y todos corren para
intentar ser prácticos de acuñar lo estrictamente necesario, al tiempo que en
sus momentos libres se acercan al centro comercial de turno, para de paso consumir
y consumir si se está eufórico, triste, normal, contento, deprimido, falto de
cariño, es decir en toda condición. Cuando más tienes, parece que más atado
estás. Kondo nos aconseja no tener más de treinta libros en cada casa pero a
ella no le “jode” vender sus libros por millones. Y la gente no quiere ver la
incongruencia. Se entregan al guía que
los dirige y que al mismo tiempo se lucra con esa inocencia, ignorancia o
desorden. No lo ven los eruditos que leen estos libros de autoayuda, feng shui
o coaching inspiracional. La gobernanza es marketing o palabrería pura de lo
divino o humano, pero alejado de la verdadera sabiduría.
Lo que más duele es que la sabiduría
se puede alcanzar sin cultura. No todos somos cultos pero indudablemente todos
podemos desarrollar inteligencia. Y hay gente culta que no alcanza la capacidad
de ser intelectual, no sabe transmitir la información que recibe. Ninguna
categoría será superior a la otra. El sabio se equivoca si entran en juegos sus
pulsiones y el impostor puede utilizar su dote carismático y jurarte que eso es
intelecto. No debemos olvidar que la duda es el principio de la sabiduría, y
esta tiene un componente humano que nos lleva un escalón más allá. Es la hora
de recordar que la cultura es la que nos da el ser, que un ser humano sin
cultura deja de lado su ser y se convierte en un humano sin más, viviendo del
engaño e impostura amparado por una tintura superficial que disimula la
permanente ignorancia de no vislumbrar que ha pasado cerca una persona sabia…
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