“Voy
a poner un ejemplo. Usted funda un zoo. Se trae animales de todas partes del
mundo y se pregunta: ¿Cómo vivía el elefante antes de traerlo? Entonces,
intenta crearle un hábitat similar al que tenía…¿Cómo vivía el pez? Entonces,
intenta proporcionarle un acuario. Es decir, intenta adaptar el entorno a cada
uno de los animales porque sabe perfectamente que el pez no va a sobrevivir en
la estepa o el elefante en un acuario”.
Remo Hans Largo, pediatra
Se persigue una idea errónea que es
fácil de refutar, pero al masificarse se hace difícil convencer a la sociedad
que es quién está siendo artífice de la propia frustración. Resulta por lo
menos complicado que un padre que internamente conoce las limitaciones de su
hijo pueda asumirlo al reconocerlo. Y eso conlleva a una absurda presión por
convertir a sus descendientes en cosas que no son. Nos amparamos en que es la
sociedad la que presiona hacia el éxito, pero con la boca grande algunos padres
dicen que se aspira a la felicidad y normal desarrollo, pero con la boca
pequeña solo aspiran al éxito o consagración para que sean felices, a tener a
Rafa Nadal o Steve Jobs en casa.
Todos somos iguales y podemos
conseguir lo mismo. Esta definición no es la clave para la igualdad o
integración. Nos olvidamos de que el concepto de diversidad, tan perseguido y
pocas veces logrado, en realidad viene a defender que cada uno de los ocho mil
millones de individuos que habitan el planeta es único y puede desarrollar sus
capacidades de forma individual. La necesidad de alcanzar la diversidad
individual consiste, tal vez, en no creer que una persona es inferior porque no
pueda desarrollar ciertas características, ya que las capacidades humanas se
desarrollan en cualquier momento del desarrollo personal y de manera diferente
según las necesidades de cada uno. Aunque equivalga a no alcanzar nunca un
reconocimiento social.
Lo ideal sería que cada niño no sea
convertido en lo que no es y que pueda vivir en armonía con las características
propias que debemos contribuir a identificarlas para armonizarlas con el
entorno. Es algo así como el ayudar a cada uno a darle el sentido a sus vidas
pero sin sobrealimentarlos porque engordar no significa alimentar o crecer. Se
debe buscar desarrollar el potencial que se tiene, no forzar a más. La
genialidad se desarrolla potenciándola, es verdad. Pero también es cierto que
el prodigio también se puede desarrollar sin sobre estímulos, surgiendo. Eso se
llama destreza y se vislumbra y confirma a través de un recorrido.
Remo Hans Largo, pediatra suizo y
autor de un libro fundamental como “La individualidad humana”, define esa
estrategia de alcanzar la armonía para afrontar los conflictos de la vida en
sociedad como el “principio de ajuste” que no es más que esa consonancia
integral que permite asumir las diferencias y la singularidad de los individuos
como base de la existencia humana. Se procura la aceptación de nuestras
limitaciones sin presionar al individuo para terminar al fin con esa máxima que
nos asfixia y vaya a saber quién la impuso, que menta “el que no triunfa es
porque no se esfuerza”. La genialidad tal vez hoy sea el poder dominar las
pasiones y urgencias que luego nos condiciona.
Para cada uno de nosotros no debe ser
fácil aceptar las propias limitaciones, esa complejidad puede acompañar toda
una vida, frustrándola. Pero tantas veces es el entorno él que no contempla que
un niño o adulto sea otra cosa, ya sea un hijo o una pareja. Aspiramos a que
cada ser querido desarrolle habilidades y competencias y nos duele que
persistan las carencias. Es una hiper competitiva sociedad que estamos
transitando donde una carencia es sinónimo de infelicidad en los individuos. Poder
ser lo que tu quieras obliga tantas veces a un alocado sinfín de actividades
donde experimentar y sentir la obligación de realización y felicidad. Si se
consigue destacar, se sentirá bien. El problema es cuando no se destaca o se
evidencia una torpeza, se siente mal, ha fracasado y hay que compensarlo con
otra actividad antes que se frustre o acompleje. En realidad, solo se trata de
experimentar y acomodarse a ese crecimiento.
Es que todos tenemos un potencial
limitado donde ser consciente es importante para no albergar aspiraciones
excesivas. La ductilidad para desarrollar actividades formativas o recreativas
sostienen una característica determinante: avanzamos hasta llegar a una meseta en
la curva de aprendizaje que marcará el punto donde no se podrá seguir
progresando. Tener una facilidad no siempre determina que se pueda aspirar a
ampliar el potencial de las personas. De ahí que resulte indistinto para un
niño que se le apunte a una variedad de actividades extraescolares con el
argumento de prepararle para medirse en esta sociedad competitiva. No se llega
a sedimentar lo aprendido y no se compensan las necesidades sociales y
emocionales. Que algo te apasione no significa que lo tendrás que hacer bien
por más entusiasmo y constancia que le impongas y la mirada vigilante,
embelesada y a veces obsesa de los padres. La felicidad se aprende y debería
ser el primer oficio a practicar por la
persona, como también saber convivir con los contratiempos, ya que no vale
querer cubrir solo de gloria, sobreprotección y alegría el desarrollo del
niño-a alejándole de las frustraciones, que a la larga, es el matiz que
acompañará la evolución de su proceso de vida…
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