“I hear a very gentle sound, with your
ear down to the ground, we want the world and we want it now. Now? Now!”.
Letra de “When the music is over” –
The Doors
“Cuando la música se termina, apaga
las luces”. Esta frase y el enunciado que avala el post, están vinculados a The
Doors y su tema legendario “When the music is over”. El recuerdo que se hilvana
cincuenta años después de aquel año 1968, siempre quedará ligado al mayo
francés, pero tal vez debimos enfocarnos más en aquellas flores de agosto que
mitificó la primavera de Praga, o tal vez en el asesinato de Martín Luther King
en abril del mismo año o la crisis vietnamita. “Escucho un sonido muy suave con
la oreja pegada al suelo, queremos el mundo y lo queremos ahora. ¿Ahora?
¡Ahora!” sería la traducción del final de esta canción de The Doors, lanzada en
1967. El susurro de Jim Morrison en ese tramo de la balada se hizo mural y
viral durante ese mayo francés. Un decalustro después la canción continúa
vigente y seguimos deseando el mundo ahora. Aunque hubo lentos avances, el
deseo sigue siendo una aspiración lejana, un grafiti eterno, una ilusión difusa.
Aquella entrada suntuosa de los tanques
soviéticos en territorios polacos, búlgaros o checos nos permite arribar a una
conclusión generalizada: se debió entre tantas cosas, a la falta de
comunicación y entendimiento que el régimen totalitario sostuvo sobre los
países socialistas que pedían pacíficamente rever y reformular cuestiones
relativas a la burocracia y apertura -aunque sea ligera y simbólica- de una
democratización de esas sociedades y poner luz a las severas limitaciones
económicas por lo que esos países atravesaban. Esa pacifica revuelta necesitaba
dejar claro que se aspiraba a un camino distinto, que se dudaba del férreo
mensaje que los mantenía subyugados. Quizás ese reclamo sofocado por el peso de
los tanques no pudo evitar el germen del fin de ciclo, que se dio veintiún años
después, en 1989.
Pero seguimos relacionando al
movimiento popular por antonomasia con aquel mayo del 68 francés. ¿Porqué? Tal
vez porque Francia es demasiado Francia, el marketing y perfume que irradia la
sigue haciendo irresistible, más cuando aquella revuelta estudiantil y obrera
no modificó más que la relación apelmazada de las sociedades, desatascó lo
rígido y autoritario que frenaba de forma obtusa una mutación de las sociedades,
ya que para los jóvenes el mundo estaba lleno de viejos asfixiantes, pero no propulsó
ningún cambio de sistema o fin del consumismo. El concepto Francia deja
presumir que las generaciones posteriores tienen más libertad y menos
remordimientos para consumir y teorizar sobre los males del sistema. Mayo del
68 intentó agitar al mundo, logrando apenas demostrar que el mundo ya había
cambiado, que era inevitable agitarse.
Una nueva camada de juventud les
reprochó a sus padres que el mundo que habían construido era una mierda. Pero
eso es común en todas las generaciones, a pesar de los adelantos o ventajas del
sistema, todos experimentan la misma sensación de fracaso, de desilución. Mayo del 68 fue un estado gripal
donde la fiebre o el delirio, calenturas, náuseas, constipados y desajustes,
obligaban a traspirar para sacar fuera el viejo demonio, y con apenas
medicación -la decisión, arrebato, frenesí y exigencia de la juventud -preparar
el placebo que derrumbara la podredumbre y se hiciera cargo del relato de la
historia. La revolución es el sueño eterno, titulaba una de sus obras cumbres
el argentino Andrés Rivera, y nunca resultan, salvo aquellas silenciosas o
consecuentes, ya que en líneas generales la sedición y agitación apenas logran
sustituir demonios por otros demonios.
Entre las palabras y la historia no construyen
una senda de sentido único. El lenguaje y su uso puede ser un boomerang que a
la larga o la corta puede dejar retratado el mejor de los discursos. Desde la perspectiva de este 2018, el
movimiento de protesta que desencadenó el mayo francés puede parecer marketing
de jóvenes aburridos que querían gritar por una independencia para montar su
propio establishment una vez finalizados sus estudios en la Sorbona. Pero
indudablemente será una visión sesgada, etnocéntrica y minimalista de la
situación, tal vez visto lo visto en nuestros tiempos actuales de tedio e incomunicación
social, aquel mayo pudo registrar que existía una grieta social y se intentó
subvertirla. Desde Francia no se logró, ya que los obreros de la Renault y el
movimiento obrero en general que se unieron a la revuelta estudiantil y el MLM
-Movimiento feminista francés- pensaron que podían originar la revolución social
y cultural que dejara en evidencia aquel fallido y violento período que
convulsionó Francia y que se denominó Revolución francesa, revolución inconclusa
en reivindicaciones que lastima desde el eterno igualdad, libertad y fraternidad
que expone una tarea siempre inconclusa. Transformar el mundo y cambiar la
vida, demasiado eslogan publicitario para un movimiento del último mes de estudios.
Nacemos rodeados de males que nos condicionan,
pero morimos rodeados de males donde algunos se atenúan durante el paso del
tiempo. Lo que se debe buscar es evolucionar a lo largo de la vida en un medio
donde los males sean distintos, variados y en lo posible, que los males del
final no sean peores a los males del principio del camino. Tal vez estemos todo
el tiempo instalando nuevas bases de conciencia social, tal vez cada generación
atrape distintas utopías. Aquel convulsionado mes de mayo de parapetos, coches
volcados o adoquines y piedras en las calles del barrio latino pudo haber sido
el germen del pacifismo, ecologismo, anti nuclearismo y feminismo. El no conseguir
lo que se preconizaba puede dar imagen de incompleto, pero nunca inacabado. Los
cambios son medidas lentas, tantas veces imperceptibles para las generaciones
del presente. Mayo del 68 no debe ser considerado lo que no fue, sino lo que todavía
no es. La unidad en la calle no se vislumbra, marchamos fraccionados por
diversos eslóganes que nos obliga a pensar que esa brecha o grieta está muy
bien consolidada y reinante en estos tiempos donde tanto nos aburrimos de
gritar por cosas que no cambian y no hacen mejores nuestros tiempos por los
anteriores.
El movimiento quizás silencioso que se
denominó Primavera de Praga representó con más justa precisión aquel arrebato
juvenil de las calles parisinas. Aquellos jóvenes franceses amparados por su
acomodado vivir quisieron protestar por aquellos que no respiraban la verdadera
libertad, pero tal vez pecaron de no saber bien lo que era la opresión -como le
sucede a muchos jóvenes de hoy- y confundir insatisfacción con falta de
libertad. Las calles checas se llenaron de flores, de canciones, de intenciones
de recobrar una esencia propia sometida a una ideología que creía que podía invadir
culturas y países sin queja o cuestionamiento alguno, obligando de un día para
otro a ser rusos a quienes no querían serlo. Los tanques que dominaron la mejor
y más sincera de las revueltas devolvieron poco a poco, el silencio que el
comunismo intentaba confundir con aceptación. Ese movimiento socialista no podía
ser autoritario y absolutista, cuestionando la palabra socialismo como lenguaje
burocrático.
El movimiento social más importante de
1968 fue el de la primavera de Praga, sufrido, silencioso, triste y conmovedor.
Cincuenta años después, Václav Havel sigue siendo cantado y recordado en
cualquier guitarra y mesa checa como el emblema “consecuente” de un socialismo
con rostro humano que tuvo su justo premio en 1989 con la Revolución de
terciopelo, a pesar de que aquel rebelde y controvertido Dany le Rouge francés siga llevándose,
a la hora de recordar la efeméride mundial, el mérito por mostrarle al mundo la
dura cara optimista de cambio, que en tantas cosas esenciales, aún no ha conseguido
cambiar ni dejar de contradecirse …
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