“Tiene razón Freud, hay una sola sexualidad, una sola libido
– la masculina”.
Jean Baudrillard, filósofo y sociólogo francés.
Una enorme mayoría lo ejerce por
necesidad, engaño u obligación. Cuesta reconocer la confesión sobre el
ejercicio de dicha profesión u ocupación, se vive escondiendo que es lo que hace
para ganarse la vida, y tantas viven escondidas para que la mafia que las
engañó disimule que se trata simplemente de trata. La libido lleva tantas veces
a pensar que se trata de un universo de sensualidad o glamur y no decadencia,
penurias y denigración. La caratulan la profesión más vieja del mundo, y de a
poco se intenta cambiar la perspectiva, se tiende a pensar que no solo se debe
atacar la mafia que la esclaviza, sino al cliente, aquel ser misterioso que
generalmente se encuentra tan protegido y sobre estimulado para consumir
prostitución. Es una palabra en boca de todos, que reconocen consumir bien pocos,
pero como la droga y la corrupción, están presente en la idiosincrasia de las
ciudades. Las llaman entre tantas formas, putas, y existe una prostitución afín
a cada clase social existente.
El sexo mueve montañas y en
comparación con la literatura y otras expresiones artísticas, se hermanan en el
hecho en que venden paraísos artificiales y tantas veces, placeres fingidos.
Pero siguen vendiendo, a pesar de ser la encarnación de una naturaleza o
pulsión irrefrenable dotada con el brillo opaco de una mercancía. En un mundo
donde se subsiste a toda costa, se transige con una naturalidad que nos
desnaturaliza que se trafique con la integridad de las personas. Están las que
lo condenen y juzguen, definiéndolas como inmorales, prostitutas, rameras o
golfas. Están los que entiendan que son seres humanos y no engañen ni
desconozcan una realidad controvertida tan vigente, mirándola desde la
severidad y tranquilidad de una pantalla. Es difícil que se deje de “ir de
putas” pero se debe aspirar a que la prostitución deje de ser una actividad
naturalizada.
Parece no existir un perfil particular
de clientes, de hecho, siguen siendo invisibles. Referirse a la prostitución,
es poner el énfasis en la prostituta o su proxeneta y los burdeles, pero un
manto de inocencia protege a los usuarios o consumidores, aquellos que
fomentan, consciente o inconsciente, que exista la trata. El cliente sigue
siendo el mayor prostituyente, ya que, aunque quieran perfilar su participación
como secundaria, no se trata de una secuela de un flagelo existente, sino que
son los que hacen posible la continua explotación de mujeres o niños. Y en
materia psicológica, siempre nos toparemos con la negación, ya que el cliente
rara vez se hará llamar cliente, nunca aceptará su condición. Se trata de gente
cualquiera, de diversas profesiones o condición social. Con o sin educación,
gente desestructurada o con familias consolidadas. Casados o solteros, religiosos
o ateos, sanos o enfermos, adolescentes o maduros, quienes no solo sostienen o
refuerzan la vigencia de la prostitución, sino que alientan o estimulan la
continua proliferación de elementos exóticos o sofisticados, que rozan lo
perverso.
La prostitución, ritual preponderante
masculino antes limitado a un secreto exterior de los dominios del macho, ahora
vence esos pruritos puritanos y se mete de lleno en el seno del hogar gracias
al periódico, revistas, películas o videos del ordenador o teléfono móvil con
sus citas, a través del excelente marketing que representa lo pornográfico,
disfrazado de spam pero que impacta en todo tipo de link de aplicaciones que se
comparten -el otro componente que ingresa de arrebato en nuestros ordenadores
son las apuestas deportivas, ya que las drogas y la venta de armas aún
requieren de una búsqueda más disimulada- . Ya no se resiste el horario de
protección al menor, ya que nadie se encuentra bajo protección sino a expensas
del deseo, curiosidad, sometimiento o empoderamiento de las fantasías. Ese
ritual preferentemente masculino en su ceremonial intenta incorporar el
entusiasmo en la pareja por compartir el porno como estímulo para la imitación,
pero así todo se sigue consignando como una actividad puramente representativa
del hombre.
Existen actividades representativas y
destinadas a reforzar los ideales o tradiciones varoniles, tal la guerra o el
futbol. Por eso, no resulta extraño comprobar que donde haya guerra o futbol,
bien cerca estarán las prostitutas. En mes del mundial, y ante el refuerzo de
seguridad policiaca para erradicar actitudes de violencia entre simpatizantes
de distintas nacionalidades, la pasión por un balón tendrá un significante
similar de pulsión durante las noches, con la masiva concurrencia en busca de
la prostitución y la trata organizada para la anhelada representación de las propias
fantasías y peores instintos. Puede ser un mito sobredimensionado que nieguen
los países organizadores, pero la verdad es que suelen repartir preservativos
como medida precautoria entre los concurrentes a la balompédica cita.
El último interrogante para desarrollar
y revestir la cortina protectora hacia el cliente protegido es determinar el
grado de complicidad generado entre varones para naturalizar el consumo de
prostitución. Narcisismo, necesidad de autoestima, represión sexual, homosexualidad
reprimida o un desmedido amor propio masculino pueden estar a la cabeza de las
suposiciones. Parece ser el código secreto para pertenecer y ser aceptados en el
universo de los varones. No es tanto el sentirse solos o necesitar contención
especial, sino más bien pagar para garantizar que el temor del deseo insatisfecho
de la mujer no perturbará porque el reembolso anule esa responsabilidad, y se
posea el control de la fantasía en todo momento. Y también el sentir que se
puede exigir cualquier cosa porque existe una retribución monetaria que permite
disimular que en el fondo se denigra para obtener un raro y efímero placer.
En cualquier calle, en las cercanías de
polígonos industriales o zonas fabriles, en clubes de alterne, del brazo de
deportistas o empresarios, la imagen de un crisol de razas ofertando prostitución
es moneda corriente. En las sombras, mientras tanto, personajes que se presumen
siniestros, cumplen la rutina de la vigilia. La trata de personas es una mafia
de lo más consolidada. Las necesidades y penurias económicas garantizan que el
stock crezca, y que la esclavitud que se sufre durante años -trabajo esclavo, retirada de documentación, deudas fantasmas, incomunicación e invisibilización- se convierta en en el motor de la ilusión
para que algún día se salga de ese círculo vicioso. Mientras tanto, en este
continente, por ejemplo, se sigue pulsando las bases de una sociedad más justa
e inclusiva, para al terminar la arenga, ese prototipo ideal del masculino occidental implicado, se
muestre cada día menos sigiloso en el consumo masivo de fantasía y dolor, eso
sí, siempre ajeno…
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