“Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en
monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro
de ti”.
Friedrich Nietzsche
La primera impresión que nos trasmite
el lienzo es un gran número de personas moviéndose de manera violenta en un
mínimo espacio. Con un cuidado cromatismo, contrastan los cuerpos gruesos,
carnosos y sensuales con los que Pedro Pablo Rubens siempre caracterizó a la
mujer. “Los desastres de la guerra”, pintado hacia 1637, parece ser una
alegoría sobre los horrores que desata una guerra y simboliza la lucha interior
entre fuerzas opuestas, sean de índole biológicas o morales. No es un cuadro de
contenido religioso, sino que representó a través de la carnalidad el intentar
detener a Marte, Dios de la guerra, del drama que representa la lucha,
destrucción y posterior convivencia con el horror que se genera cuando entre
iguales guerrean y solo vence la pestilencia y la hambruna. La carnalidad no ha
logrado vencer, y la carnalidad suele convertirse en el despojo invisible con
que los guerreros rematan su asquerosa faena.
El filosofar sobre una guerra está
limitada por una serie de tabúes. La negra noche que desencadena una contienda
en las almas, parece ser suficiente recado moral a tratar. La Academia sueca al
justificar la entrega del Premio Nobel de Literatura a Patrick Modiano
-recomiendo “La ronda de noche”-, en 2014, resumió “que por su arte de la
memoria con el que ha evocado los destinos humanos más difíciles de retratar y
desvelado el misterio de la ocupación”, y como se manejaron o pudieron
manejarse ante ella, los franceses, resistiendo o abrazando el nazismo. La
historia una vez finalizada, suele tratar de retratar lo heroico, quizás con el
desesperante cometido de olvidar de un solo trazo la aberración y la cobardía.
Seguramente el regresar a la paz permita creer que se ha de superar la
desgracia. Pero los tabúes estarán presentes, mientras perduren los
sobrevivientes. Y si uno se pregunta generalmente como pueden suceder estas
barbaries, la pregunta adquiere un tinte repugnante hacia la especie, cuando
sale a la luz el tabú de las violaciones masivas que deja a su paso la
liberación o el fin de una contienda.
Se lo puede catalogar como una de las
venganzas más perversas que desata la guerra. Pero la venganza no es solo entre
contendientes, la especie necesita ampliar su espectro, debe maltratar a las
inocentes víctimas -la enorme mayoría-, cuyo principal pecado es el no haber
querido participar en lo que algunos denominan refriega. La profesora alemana
Miriam Gebhardt consideró ambivalente el papel de los aliados que liberaron
Europa del dominio nazi, en la Segunda Guerra Mundial. “Liberaron Alemania,
pero también cometieron crímenes al hacerlo”. Uno de esos disparates ha sido y
siguen siendo las violaciones y abusos sexuales, y con la enorme posibilidad de
escribir una burrada, puedo hasta considerar que formen parte de una deliberada
estrategia militar.
Los rusos al llegar hasta las puertas
mismas de Berlín se sintieron con pleno derecho de saciar su sed carnal tras las
cruentas batallas sostenidas con el ejército nazi. Se estima que dos millones
de mujeres alemanas fueron violadas, agredidas o asesinadas por el ejército
soviético durante su avance por Alemania. El escritor británico Antony Beevor
publicó en 2002, La caída de Berlín, libro que según su autor refleja “una
tormenta de venganzas que te deja consternado”. Beevor, sin justificar lo
injustificable, relata la historia desde los comienzos, la ocupación nazi a
territorios rusos. Los alemanes abrieron una brecha destructiva a su paso,
fisura que el propio Hitler explicó como “una guerra sin normas” y denominó
como “Operación Barbarrosa” a la intención de aniquilar a los comunistas rusos
sin posibilidad alguna de camaradería entre combatientes. En ese avance, los
alemanes hicieron desaparecer más de siete mil aldeas rusas: los hombres fueron
asesinados, y las mujeres violadas o enviadas a campos de concentración. El
germen machista de revancha en excesos, enorme tabú que desata los finales de
una guerra, permitió a los soviéticos “pagar con la misma moneda sin importar
las proporciones”.
A través de la vida diaria podemos
naufragar por nuestras atrocidades. Por medio del arte, podemos analizar -con sufrimiento,
pero con convicción- que los ideales se resquebrajan todo el tiempo, a cada
rato, en cualquier siglo, en cualquier relato. La propia Miriam Gebhardt
publicó en 2015 “Cuando llegaron los soldados”, donde el paso del tiempo
-setenta años- permite encarar una realidad indiscutible y hasta ahora
silenciada: los alemanes también fueron víctimas de una guerra absurda
propiciada por su canciller imperial. Gebhardt sostiene “no solo violaron a las
mujeres alemanas los soldados del ejército rojo tras el final de la guerra.
También violaron los soldados americanos, ingleses y franceses”. Los soldados
americanos fueron recibidos como liberadores y la propaganda política definió
un ideario del amigo americano. Pero según Ghebhardt, de los supuestos 860.000
casos de violaciones en Berlín, puede considerarse que 180.000 de ellos han
sido perpetrados por soldados estadounidenses. Pero quizás siempre hay que
callar para no abrir la llaga inmoral que también porta la esencia humana
aliada y a su vez, no perder de vista el principal ejercicio memorístico que
debía perdurar tras la guerra: la locura nazi desatada en toda Europa. Los
ideales se resquebrajan, ya lo he mencionado, lo único es que algunas mentes se
obligan a replantearlos cuando la realidad de la vida no te da la razón. Pero
lamentablemente, hablamos de pocas mentes, pero podemos sumar a la húngara
Alaine Polcz, autora de “Una mujer en el frente” o la anónima “Una mujer en
Berlin”.
Anne Fontaine, por su parte y a través
de la pantalla grande, intentó expresar con pulcritud en lo visual, moral y
emocional, esas situaciones de abuso y humillación que los vencedores de las
contiendas protagonizan en cada momento de la historia. Ella situó en 1945 la
película franco polaca “Las inocentes”, inspirándose en un hecho real
acontecido en la Polonia liberada. Una serie de monjas de un convento católico cercano
a Varsovia, han sido violadas en reiteradas ocasiones -algunas hasta más de
cuarenta veces -por integrantes del ejército ruso de liberación y muchas de ellas
quedaron embarazadas. La temática de por sí ya es desgarradora, pero la
directora nos presenta nuevos matices que percuten aún más: las monjas
continúan con sus rezos diarios, a un Dios que más de una no se anima a
pronunciar en voz alta, que ya no le creen o al menos no saben dónde puede
estar para devolverles la fe que las sostenga en su misión. Porque quizás lo
que convierte en esencial a este film es la necesidad de la creencia. Y una
forma de seguir creyendo es escondiendo lo sucedido, aún con riesgo de muerte
de la monja preñada o con el abandono del hijo bastardo que ha de nacer.
Fontaine ha declarado más de una vez
ser una mujer de educación católica que no tiene fe. Por eso en una misma
película enfrentó las certidumbres religiosas de los humildes que creen, con las
prédicas religiosas institucionales que obligan a una contracción de mantener
en silencio gran parte de las atrocidades sufridas, como muestra sublime de las
pruebas que nos depara la vida y nos pone el Señor, para superar con fe reparadora,
y mezcla también las convicciones políticas -que defienden ideologías absurdas-
que permiten suponer que una ideología es más pura o mejor intencionada que
otra. ¿Qué se debe hacer con un alegato de esta magnitud? Principalmente verlo,
luego determinar si somos portadores de algunas de esas creencias que nos
permitan contradecir, juzgar, negar o criticar. El fanatismo atroz persiste,
estas situaciones siguen sucediendo, se siguen ocultando, se sigue
diferenciando el alcance de un derecho humano, se sigue manipulando
violentamente el resquebrajar de las convicciones. Yo he decidido verla, he
sufrido, no me he hecho muchas preguntas, no he cuestionado intenciones o
ideologías. Quizás no sea necesario porque predominó en mí suponer que eso que
existió en ese convento polaco existe todo el tiempo y nuestro alrededor solo
piensa en adoctrinarnos en lo que le reditué. Es verdad que un film también
produce un rédito, pero creo que el provecho del arte siempre estará más
abierto a considerar que la palabra convicción o ideal tiene un precio alto que
debemos pagar a diario para formar parte de esta pantomima.
La creencia y la lógica, la fe y la
pasión, lo moral que se dice y lo inmoral que siempre se oculta, encierra en
esta película a una serie de personajes de creencias y nacionalidades
diferentes que permiten suponer que aún lo más macabro se puede encarar con un
esperanzador agnosticismo, ya sea religioso, médico, político o de la propia
naturaleza solidaria. Esta película nos habla de la violación física y
espiritual, de la vergüenza del humillado y la vergüenza que no suele tener el
que mancilla. La historia se inspira en los cuadernos de una doctora de la Cruz
Roja y miembro de la resistencia, Madelaine Pauliac, por eso es temporal. Podría
representar a esas veintisiete mil mujeres violadas en Siria el año pasado
-según registros de la ONU – o a las cincuenta mil violadas por los japoneses
mientras invadían Nanking en 1938, o aquellas docenas de mujeres de cualquier
rincón de la ex Yugoslavia que exigen comisiones investigadoras de crímenes de
guerra contra las mujeres. Podría ser el primer paso hacia una necesaria
reflexión sobre las estructuras del poder, la influencia que incitan en
nosotros a través de ideologías, convicciones o ideales y la brutalidad
sintetizada en una permanente violencia, tanto física, espiritual o
doctrinaria.
Las obras de Rubens encierran siempre
un aura de teatralización con una variación de tintes que presagian la
permanente tormenta. En el Palacio Pitti, en Florencia, podemos observar “Los
desastres de la guerra”, pintura barroca por excelencia que nos muestra como Venus
no puede detener las ansias guerreras de Marte. Mientras tanto, en la National
Gallery, de Londres, a través de “La alegoría de la paz” -del mismo autor-,
podemos observar como Minerva, la diosa de la Paz hace retroceder a Marte, el
dios de la Guerra. En ambos lienzos, los especialistas expresan la fuerza y
elocuencia con que el pintor flamenco realza el valor y la belleza de la vida. En
todo caso, este pintor considerado como diplomático o pacifista -gran parte de
su vida activa la dedicó a servir la causa de la comprensión internacional -nos
permite descubrir que casi cuatrocientos años nos separan de los diversos
períodos culturales transitados, pero nos acercan a las mismas barbaridades sin
resolver y que solo el arte, cada tanto insiste en arrojar una mirada cruda y
comprometida…
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