“La fama
póstuma de nada sirve al muerto, pero puede servir a los vivos con el
estímulo del ejemplo que deja el que ha fallecido.”
Carta XXVIII,
de José Cadalso en Cartas Marruecas.
Y un día recuperé mi voz. No se trata
de una profunda afonía, sino del uso de la metáfora para anunciar que
retornaron mis ganas por redactar, por exponer. Una larga década -y un poco
más- me alejaron de escribir frente al ordenador. Comencé mi derrotero con la
locura de presentar una novela al concurso de Alfaguara, luego pasé a imprimir
de forma casera mi propia revista de deportes, me enfrenté al desafío de
escribir algunos cuentos, y para completar mi formación casi anarquista, me
entregué a los que supuestamente saben, a través de talleres literarios. Lo
hice porque sabía internamente que tenía voz, pero no sabía en absoluto si
afinaba, así que me fui a comparar en un medio público y privado -pagué y fui a
talleres gratuitos-, con el mundillo de la escritura algo más profesional. Y en
el proceso me quedé sin voz.
Cambié de país de un día para otro. No
estaba siquiera meditado, pero los acontecimientos y un pasaporte de otra
nacionalidad sin estrenar me llevaron a un mundo desconocido, y yo casi sin
estar destetado. En apenas tres meses de ese proceso, me encontraba como
anestesiado en un avión que me llevaba a Madrid -mi primera parada-, madurando
recién en las alturas que tenía bastante miedo por una decisión tan drástica. Me
llevé conmigo sólo los libros de Saramago y un puñado de fotos que demostraran
que poseía un pasado, rico en entorno familiar y de amigos. Las fotos me
acompañaron en la pared de la cocina durante años, hasta que un día decidí que
no podían seguir allí observando todas mis comidas o charlas post, por lo que
cerré esa puerta de mi pasado añorado, llevando las fotos a sus álbumes. Y me
senté a cenar con mi esposa, por primera vez en mucho tiempo, sin tantos ojos
protectores. Pero la voz no regresaba.
Trabajé en cosas que no me gustaban,
en profesiones que desconocía. Y en los primeros tiempos, me sentí libre por
quitarme la mochila de la presión de trabajar en puestos de importancia. Paradójicamente,
ese tiempo serenó mi espíritu al tiempo que no me preparaba para la siguiente
crisis, la de imponer mis condiciones en una sociedad, que, si bien me ha
respetado siempre, nunca me tendió la mano para demostrar lo que tanto valía en
otro contexto. Y sin la voz que antes me defendía, y en un silencio por ser un
desconocido a los treinta y cinco años, me aferré a la literatura. En ese
momento me di cuenta que me sentía más cómodo en la lectura que en la vida
misma. Pero aún en silencio, trataba de compatibilizar los dos mundos.
Leí como un poseso, como si para
recuperar mi voz necesitara de palabras y pensamientos ajenos. Cien novelas al
año, durante años. Pasé a ser el Alonso Quijano de mi pueblo, casi todos me
relacionaban con un libro como mi mejor compañero. Y era cierto, tantas veces
me he sentido protegido con ese libro como prolongación de mis extremidades o
en la cálida seguridad de debajo de los brazos. Algunos pronosticaban mi
próxima locura, de Alonso Quijano pasaría en poco tiempo a ser un mortal Don
Quijote peleando con los molinos de no saber imponer su talento en una nueva sociedad.
Y me amparaba en las líneas de clásicos, de talentos que tal vez llevaban más
de trescientos años de su fallecimiento. El día de hoy, como paréntesis de mi
recorrido, sigo sintiendo más comodidad de leer lo pasado que a mis contemporáneos.
Este dato seguramente algún día lo trataré en terapia, o la humanidad viviente lo
trate en general como fracaso del presente.
La terapia me dio una mano. El paro es
un estado casi definitorio para menoscabar tus propias condiciones. La búsqueda
de un reciclamiento para regresar a la actividad rentada me acercó a la psicología.
Y mi terapeuta contribuyó a reconocer mi voz. Un día de sesión me solicitó que
mis dolores más profundos en esos días oscuros fueran representados a través del
papel. Y como soy un chico tan obediente para las consignas, el día que el
pecho se me partía de tanta ansiedad y soledad por la falta de trabajo, tomé
valor y me senté a escribir los miedos que me oscurecían el día a día. Quizás
fue el segundo paso para recupera mi voz. El primer paso apenas lo mencionaré
en esta entrada -y fue anterior a esa terapia- porque en breve lo escribiré en
este blog, pero fue mi mujer la que me empujó con talento a recuperar mi escritura,
cuando en un trabajo absurdo que duró un mes, me pidió que, para soportarlo, le
escribiera una carta diaria donde le contara lo que se me ocurriera. Pero lo
dicho, ese detalle tan lindo de parte de ella, merece una entrada aparte.
Regresemos a los últimos años.
Y como debo tener un costado
narcisista, no podía regresar a la escritura a través de un diario personal
encallado en el primer cajón de mi mesa de luz. Es que yo había comenzado mi
proceso de escritor nada menos con una novela -que nadie habrá leído -, es
decir el camino a la inversa. Tenía que pensar en otra manera de poseer una
bitácora personal. Y me presentaron el blog, medio idóneo para compartir una
voz. Presumí que podía ser el medio ideal de documentar todo lo que tenía
dentro y finalmente salía. El blog tiene tantas finalidades, pero navegando por
la web, compruebo que el hombre necesita documentar ideas, experiencias, fotos,
contenidos o simple información, y han utilizado el blog periódicamente para
reflejarlo.
Y el blog está disponible para todo el
mundo, porque la consigna de la web 2.0 es que la información se comparte para
interactuar, aún con el riesgo que nadie interactúe en tu portal. Porque el
riesgo es grande, existen enormes bloggers que publiquen lo que publiquen,
representará la vigencia de la celebridad. Y estamos los que nos contentamos
con un comentario cercano en alguna de tus tantas entradas. La web tiene más de
estos personajes que aquellas celebridades blogueras. Simpleza, rapidez y
multiplataforma de medios es la consigna para interactuar, y yo que, para
recuperar mi voz, me empecino en escribir como mínimo cuatro carillas. Acorde
con mi cabezonería, mi anarquismo me permite aggiornarme, pero imponiendo mis
condiciones, que son ir siempre por el camino inverso de los convencionalismos.
Y los blogs tienen una particularidad
aún vigente: al tiempo que día a día se crean más blogs, una cantidad aún mayor
deja de actualizarse. Esto podría venir a decir que la blogosfera, si bien es una
fuente notable de comunicación, también puede ser un enorme cementerio, caldo
de investigación arqueológica en un futuro no tan lejano. Falta de tiempo,
aburrimiento, desilusión, demasiado copiar y pegar, falta de entusiasmo,
pereza, carecer de contenidos interesantes, tantos pueden ser los motivos que
alimenten esta necrópolis de los que no pueden, no saben o no quieren competir.
Esa anhelada comunidad de lectores no llega nunca a pronunciar nuestros blogs.
Y de momento sigo, quizás porque en el fondo, utilice este medio como la manera
de desarrollar esa voz. Pero me suelo preguntar que será del deltreceenadelante
dentro de cincuenta años. ¿Cómo se verá? ¿Lo verán? ¿Será un hallazgo o un tardío
reconocimiento? Preguntas sin respuesta, pero cuestionamientos, al fin y al
cabo.
Frank Kafka puede haber sido el
escritor más influyente del siglo XX. Otro rasgo inmortal de su talento era su
originalidad. Es un icono durante la visita a Praga, a pesar de que, en vida,
él tuvo una sensación de ahogo en esa ciudad. Y otro rasgo notable del escritor
checo es que Kafka no fue el Kafka del que todos hablamos o valoramos, mientras
estuvo vivo. Dicen que Kafka fue un talento que funcionaba a raudales
dependiendo de momentos específicos, de fluctuantes estados de ánimo. La
literatura profesional le traía sin cuidado. Pero tuvo a Max Brod, quién se
empeciné en que Kafka fuera Kafka, tanto en vida como luego de su
fallecimiento. Finalmente lo logró, pero fue el esfuerzo póstumo, la celebridad
que Kafka nunca conoció. Frank se avergonzaría si viera los carteles que
inundan la ciudad mencionándolo. Kafka representa aquella posibilidad siempre
expectante de ser inmortal una vez bien muerto. Y quizás mi bitácora pueda
representar eso para las generaciones venideras. Y ese reconocimiento en la
postrimería, que quizás no veré, puede ser suficiente para un anarquismo
moderado como el mío. De momento, la voz está encendida, me resta sospechar quien
de los que me rodean, pueda oficiar del salvador Max Brod, cuando mi necrológico
anonimato me lleve a congestionar el cementerio de la blogosfera…
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