Tuve un sueño, que no era
del todo un sueño.
El sol se había extinguido y
las estrellas
vagaban a oscuras en el
espacio eterno.
Sin luz y sin rumbo, la
helada tierra
oscilaba ciega y negra en el
cielo sin luna.
Llegó el alba y se fue.
Y llegó de nuevo, sin traer
el día.
Y el hombre olvidó sus
pasiones
en el abismo de su
desolación (...)
Lord Byron - Poema
Oscuridad. Año 1816
Un porcentaje elevado de niños que
están cursando ahora sus primeros años de educación primaria, acabarán
desempeñando trabajos que al día de hoy, aún no existen. Coincidiendo en que el
mundo está experimentando cambios acelerados, no tenemos tan claro como
afectará esta transformación al mercado laboral. Lo que está claro es que se
debe encarar reducir las variadas brechas existentes: cultural, educativa, económica
o tecnológica. La educación para toda la vida es el objetivo para el tan deseado
logro de igualdad e integración social. Suena bien, pero también puede ser una
nueva quimera del hombre en su persecución de ideales en la existencia.
Se demandan individuos creativos,
autónomos, competentes y polivalentes en esta convulsa sociedad donde parece
que tenemos que desaprender tanto o más de lo que debemos aprender para estar a
tono. La globalización y el desarrollo tecnológico obligan a diario a encarar
un cambio de mentalidad de las diferentes sociedades que habitan el mundo. La
velocidad del cambio y algunos hechos trascendentes, como la violencia étnica, religiosa,
económica o el calentamiento global, nos llevan a pensar que estamos
transitando una época nunca antes vivida. Pero este tiempo cíclico que hemos
denominado existencia ha sufrido variaciones significativas en determinados
momentos. Este es evidente, pero en su justa escala, la humanidad superó
momentos que parecían imposibles. No puedo saber si sirve de consuelo, al menos
sirve de referencia de lo adaptable que podemos ser, tanto a lo bueno como a lo
malo que generamos.
La humanidad conoció el alcance de una
prolongación del "Siglo maldito". Parte del siglo XIX ha sido caracterizado
como una época nefasta, ya desde el inicio. Un sinfín de guerras también motivadas
por lo religioso, revoluciones ideológicas, hambrunas, pestes devastadoras sin
ayudas médicas, cambios notables en lo climático, revoluciones científicas que
modificarían para siempre el rumbo del planeta, pasaron revista a un momento
que apocalípticamente se asoció con un punto de inflexión de desequilibrio
económico, social y político. Se formularon una serie de preguntas que no se
llegaron a responder. Parte de las respuestas solo se vieron reflejadas en los
avances que prosiguieron, pero el verdadero dictamen del efecto de ese siglo no
ha sido dictaminado. La esperanza de vida, en esos tiempos se redujo hasta los
veintisiete o veintiocho años. Todo lo devastador que supuso ser la Edad Media
parecía superarse en un siglo, donde el
progreso arreciaba como presencia determinante, para mayor paradoja.
Durante el siglo XIX, se registraron
períodos prolongados de temperaturas inferiores a lo normal. Este fenómeno
generó una crisis generalizada: epidemias, hambrunas, pestes, hambre, malas
cosechas, erupciones volcánicas, terremotos, incendios y extraordinaria
mortalidad. Las causas fueron varias, destacándose la disminución de la energía
solar, fenómenos climatológicos e intensificación de actividad volcánica. La continuación
de la "Pequeña Edad de hielo" propició un enfriamiento global, donde
el aire, la tierra y los océanos bajaron considerablemente su temperatura. El
origen, se sitúa en el estratovolcán Sumbawa, en el archipiélago indonesio, que
al entrar en erupción, entre el 5 y 10 de abril de 1815, generó la mayor emisión
volcánica de la historia jamás registrado. La explosión se escuchó a dos mil seiscientos
kilómetros y la erupción causó la muerte de alrededor de setenta mil personas,
de los cuales un veinte por ciento, supuso a efectos directos de la erupción, y
el resto a causa de enfermedades y hambre.
Se generó el efecto "invierno
volcánico" y el año siguiente, 1816, se conoció como "el año sin
verano", con condiciones climáticas extremas, donde las anomalías durante dicha
estación registraron temperaturas de -0.51º. Si aquel verano (y los dos que le
siguieron) fueron frescos y oscuros, habría que imaginar las consecuencias de
los inviernos. Tormentas, lluvias constantes, inundaciones, corrientes
oceánicas, mínima actividad solar (Mínimo de Dalton), nevadas extremas,
afectaron la economía, por el retroceso de la actividad agrícola y el pastoreo.
En previsión de las malas cosechas, los comerciantes subieron los precios,
aumentando aún más la angustia de los sectores más desfavorecidos. Al no
existir una ciencia meteorológica seria, aquellos devotos se pronunciaron en
torno a una ira divina.
Europa sufría por los destrozos
generados durante las guerras napoleónicas, terminadas en 1815 con la batalla
de Waterloo y el exilio de Napoleón en la Isla de Santa Elena. Los campesinos
prolongaron sus míseros años de cosecha, esta vez producto del frío que nadie
supo predecir. Las hambrunas y las revueltas causaron alrededor de doscientas
mil muertes. En Londres se repartía a diario una sopa económica a las personas
más necesitadas, donde se sumaban a diario más y más labradores y artesanos en
la miseria. La inmigración se volvió masiva, pero el hambre y la angustia
estaba presente en casi todos los rincones del planeta.
Suiza pudo haber sido el país
europeo que con más rigor sufrió los alcances de las inclemencias climáticas. Se
helaron ríos y canales, detectándose un continuo avance de los glaciares, y la
hambruna obligó a decretar emergencia nacional. En ese contexto Lord Byron
escogió el país helvético para expatriarse, huyendo de la bancarrota y de un
matrimonio fracasado en Inglaterra. A orillas del Lago Leman, azorado por sus
tormentas personales y la lobreguez del ambiente, compuso un poema de ochenta y
dos versos al que llamó "Oscuridad" (con el que se abre esta entrada).
Para muchos fue un himno a la oscuridad; para otros, una visión sombría de la
destrucción final del mundo, de los tiempos. Para algunos, la cansada visión de
la corrupción mundana y degradación de la humanidad. En todo caso, su análisis
concluyó en que nacía la ciencia ficción.
Estimulado por un ambiente apocalíptico
y por estar recluido a causa del mal tiempo climático, subió la apuesta y junto
a su médico personal -y escritor- John
Polidori (esbozó su novela "El vampiro", inspiradora del mito del
Conde Drácula), Percy Shelley y Mary Godwin Shelley se encargaron de competir
por la mejor historia terrorífica. Mary
Shelley, de diecinueve años impactó con la creación de la que fue su novela "Frankenstein
o el moderno Prometeo". Ciencia y
religión se enfrentaban en medio del temor que la labor científica cada vez más
incidía sobre la naturaleza. Aquella criatura fabricada, ensamblada y dotada de
calor eléctrico vital surge como consecuencia de aquel verano sin verano. La
temible idea de que el hombre podría ser como Dios y controlar la vida o
incluso crearla, mediante el uso de las nuevas tecnologías, concibió el
personaje literario más abominable creado jamás por una mujer.
A días de iniciarse el verano en el
hemisferio norte de 2016, esos doscientos años transcurridos recuerdan que hay
al menos cinco países en este siglo XXI, donde se concentra el riesgo de que
una erupción similar a la de Tambora, en la isla indonésica de Sumbawa:
Indonesia, Filipinas, México, Japón y Etiopía. Lo preocupante es que el mundo
se encuentra más densamente poblado que hace doscientos años, por lo que las
posibilidades de daño parecen aún más inmensos. El avance tecnológico, al menos
permite alertar sobre potenciales erupciones, porque estiman que un volcán mudo
durante siglos tarda en activarse un par de meses.
Doscientos años después, el temor se
refiere al calentamiento global. La ciencia, a su vez, estimulada por los
adelantos tecnológicos parece encarar respuestas nunca antes formuladas. La
creación de vida artificial es un hecho en mano de genetistas, lo mismo que el
proyecto Genoma Humano o Terapia Genética. Se avanza en el desarrollo de la
reproducción controlada. Al mismo tiempo, el desafío a los Dioses se vuelca a
la radicalización ideológica y ajustes de cuentas. De aquel verano sin verano a
hoy han sucedido muchos cambios, muchos quiebres y constante vida y muerte. Continúan
generándose brechas, la tecnológica preocupa porque para alcanzar un equilibrio
o equidad social es indispensable la integración de todos los estratos
sociales.
Todos los siglos en la humanidad se
desarrollan con amenazas. El cambio climático que hoy sufrimos estará afectando
las culturas con los climas cada vez más calurosos. Toda criatura amenazante es
la prolongación de alguna otra. Progreso y retroceso se alternan, en el medio
el espejo de la humanidad reflejará belleza y monstruosidad, obligándonos a no
querer recordar ciertas cosas. En todo siglo la humanidad ha enfrentado
complicaciones, hoy son doscientos años de Frankenstein y el saber que de
aquella monstruosidad hoy debatimos el avance de la vida artificial. Dentro de
diez años recordaremos los doscientos años de otra novela de Mary Shelley,
"El último hombre". Ciencia ficción apocalíptica que nos recuerda la
mención del fin del mundo a manos del hombre, en el ahora no tan lejano año
2073. Mientras tanto, la actual cultura estará reflejando la nueva ciencia
ficción, aquella que quizás nos anticipe hacia donde nos ha de llevar las
preguntas que no tienen respuestas y como enfrentaremos a los monstruos
actuales.
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