"No es cosa fácil ser una
excepción."
Imre Kertész
El arte tantas veces es una
necesidad de despojo. Y para desprenderse de lo referencial, la paradoja indica
que el ser humano debe re enfundarse el traje del amargo recuerdo y contar,
contar utilizando la exageración del lenguaje y del recuerdo, pero contar la
esencia al fin, ya que más allá de la desproporción que surja en la evocación,
al menos quedará la base cierta de lo acontecido.
Las grandes citas de la historia
parecen agotadas. Desde cualquier punto de vista, con cualquier objetivo
-distraer, mega producción, rigor histórico, aventura pasajera o catarsis-
seguimos reconstruyendo los sucesos. De los hitos de la historia universal nos
queda lo escrito, lo filmado, lo fotografiado, lo contado en primera persona.
De algunos objetivos, nos quedan algunos pocos testigos. Pero la historia de la
humanidad está plagada de desmemoria e indiferencia. La presencia o ausencia de
testigos muchas veces no interesa, una vez que la historia sucede y por más que
repitamos como frase convencional o remanida que debe servir para que no se
repita, volverá a suceder. No de la misma forma, sino con la misma perversión
que tenemos de dañar la historia del género humano.
Imre Kertesz rememoraba las palabras
que su director de escuela pronunciaba en latín, en el momento de la apertura
de cada curso académico: "Non scolae sed vitae discimus" -"No
estudiamos para la escuela, sino para la vida"-. Kertesz intentó encontrar
en la literatura su bálsamo. Parte importante de lo acontecido en el siglo XX,
encontró al escritor húngaro como parte esencial. No sólo graficó el horroroso
pasado sino que continuó alertando sobre el diario futuro que empecinamos en
construir. Su vida que se apagó recientemente se mantiene viva en su obra, solo
resta que no la dejemos morir. Habrá que esperar que se siga descubriendo la historia
de un hombre que está hecha literatura, muy buena, la que no vende tantos
libros pero deja claro como se suceden las cosas. Imre Kertesz está vivo donde
debe estar, en su obra. Y lo increíble es que está vivo cuando en realidad,
pudo estar muerto y sobrevivió para contarlo.
La experiencia en los campos de
exterminio está retratada en "Sin destino" (relato de un adolescente
judío húngaro deportado a Auschwitz y luego a Buchenwald), pasando por
"Fiasco", "Un minuto de silencio ante el paredón", "Kaddish
por el hijo no nacido", "Liquidación" o "La última
posada", todas obras generadas por su experiencia en los campos y las
consecuencias que nos legaron. Es imposible que Kertesz haya podido ser un
hombre feliz, quedó grabada esa frase laberíntica que no tiene fecha, "Sé
que con el día de ayer concluyó la parte más bella de mi vida". Lo que yo
sé es que con la muerte de hombres como el escritor húngaro, "entran en proceso de desaparición la literatura y la
cultura".
Se salvó del Holocausto y luchó por
volver a la vida, aunque sabía que no lo lograría y que de una manera u otra,
algún día moriría. Recuerdo que dijo "la vida es un error que la muerte
tampoco arregla" pero siguió adelante con el peso de ser un Nobel de
Literatura que lo estimulaba al tiempo que le contradecía. Si debo presentar a
este escritor para la gente que nunca lo ha leído, sólo puedo decir que no
crean que escribió sobre el Holocausto y su experiencia personal. Kertesz
aporta un conocimiento que prescinde de la indignación moral que a todo teñimos
y dejamos irresuelta, puliendo una obra donde aporta conocimiento filosófico sin
solución ni consuelo de nuestra frágil moral.
"Si pasó una vez puede volver a
pasar" planteó Primo Levi, otro escritor que sobrevivió al horror y se
dedicó a contarlo. Levi se suicidó el 11 de abril de 1987 - hace veintinueve
años-; Jorge Semprún falleció el 7 de junio de 2011. Jean Améry se suicidó en
octubre de 1978. Hubo más. A estos escritores les unió con Kertesz la cruda
manera de contarnos lo difícil que fue el retorno a casa y la mezquindad con la
que fueron recibidos. A veces parece que la vida de las sociedades es hacer
frente de manera individual a sus propios conflictos. "Somos animales sociales"
es una frase de ensueño, casi de cortesía el agregado de "sociales".
Y en el Festival de Cannes del año
pasado se presentó otro húngaro, en este caso cineasta, y nos demostró que el
tema no está agotado. Lazló Nemes nos regaló "El hijo de Saúl",
película que se alzó con el Oscar a la mejor película extranjera y nos obliga a
considerar a que obras se les premia habitualmente con esa estatuilla u otras
similares. Sentí deseos de verla apenas enterado del fallecimiento de Kertesz y
me sorprendió no el acopio del horror que casi todos aceptan que sucedió, sino
la manera de mostrarlo: la vista lateral. La historia se narra a partir de un
plano a la cara o espalda del protagonista, pero la periferia alcanza a mostrar
difuso pero contundente lo crudo de la supervivencia o lo fácil que fue morir y
lo cobarde que fue matar o mirar todo de costado.
Pensando en Kertesz quise ver la
película. Y viéndola me acorde de Primo Levi, ya que él tenía tan claro que
para calibrar lo hondo de la decadencia moral no había que analizar solo el
accionar del verdugo, sino aceptar también que parte de las víctimas actuaban
como reflejo del desvarío nazi. "No salimos mejores" objetó Levi. Es
que las SS decidieron alejarse del cotidiano trato con los deportados e
oficializaron a los Sonderkommando (prisionero de algún tipo, obligado a
colaborar en la puesta en práctica y ocultamiento del exterminio a sus
semejantes). Cada área tuvo su Sonderkommando, tanto hombres como mujeres, y
Levi los consideró los habitantes de la zona gris, ya que judíos eran los que
morían en las cámaras de gas pero también los eran, los que los apuraban para
entrar en las duchas y los que luego debían recoger oro, dinero o cualquier
valor de las pertenencias.
Y aquí retorno a Kertesz y su frase
cada nuevo ciclo educativo iniciado: "Non scolae sed vitae discimus"
-"No estudiamos para la escuela, sino para la vida"-. Levi tuvo la
frialdad de ver esa vida panorámica que los Sonderkommando debieron llevar a
cabo. Si nos regimos por la moral familiar o escolar, por las consignas
religiosas plagadas de hipocresía, o por la grandilocuencia de nuestros
pensamientos de sofá con estufa encendida, deberíamos gritar a viva voz que
eran unos inmorales o depravados. Levi los menciona pero los declara algo así
como inocentes, al tiempo que nos exige que replanteamos el concepto de ética.
¿Por qué hacemos lo qué hacemos y no decimos basta cuando nos obligan a no ser
éticos? Esa es la verdadera pregunta. Y "El hijo de Saúl" te lo
muestra difuso pero claro, de tan claro, cada imagen parece un puñal que se
clava en cada espectador cómodamente sentado.
Lazló Nemes, de 38 años, eligió
desplegar su historia en el lugar menos deseado y más maldito. Pero nos lo
muestra fuera de foco para que no podamos recorrerlo y nos concentremos en la
historia de Saúl. Pero logra que esa periferia difusa se vea, logra que nos
conmueva la anarquía de los diversos Sonderkommando a la hora de manejar la
arbitrariedad de la escala fuertes - débiles. Nos traslada vertiginosamente de
un lugar a otro, otorgándonos apenas segundos para corroborar lo caótico que
fue todo. La cámara de gas no es necesario mostrarla, el encierro y los gritos
lo dicen todo. Un incesante desfile de cuerpos desnudos inertes parecen el
decorado de la historia individual, la de un hombre que quiere enterrar a su
hijo muerto a la salida de las cámaras, y que el film deja abierto la
posibilidad de que no sea su hijo, simplemente una alocada manera de tratar de
poner orden moral o un principio de dignidad a tanto desorden, a tanta locura,
a tanta muerte absurda.
A Primo Levi le torturaba que los
testigos perecidos no tuvieran voz en la historia. Imre Kertész intentó abrir
las mentes que lo del Holocausto es sólo una interpretación más del mundo que
vivimos contaminado con lo radical de las ideologías y creencias. Lazló Nemes
eligió una línea parecida, ésta explícita, de mostrarnos difusa pero
lucidamente uno de los hechos más paralizantes de la historia. Es mejor apostar
por el ascetismo visual que forzar la visibilidad de la tragedia a toda costa.
En cualquier caso, el terror mostrado en un borroso segundo plano nos permite
no cerrar los ojos y dar la espalda a la historia. Observando estas maneras de
explicar el Holocausto quizás podamos finalmente fijar la vista en todo lo que
hoy nos sigue engañando, y nosotros defendiendo...
"Al terminar, nos quedamos cada
uno en nuestro rincón y no nos atrevemos a levantar la mirada hacia los demás.
No hay donde mirarse, pero tenemos delante nuestra imagen, reflejada en cien
rostros lívidos, en cien peleles miserables y sórdidos. Ya estamos transformados
en los fantasmas que habíamos vislumbrado anoche.
Entonces, por primera vez, nos damos
cuenta de que nuestra lengua no tiene palabras para expresar esta ofensa, la
destrucción de un hombre. En un instante, con una intuición casi profética, se
nos ha revelado la realidad: hemos llegado al fondo. Más bajo no puede
llegarse: una condición humana más miserable no existe, y no puede imaginarse.
No tenemos nada nuestro: nos han quitado las ropas, los zapatos, hasta los
cabellos; si hablamos no nos escucharán, y si nos escuchasen no nos
entenderían. Nos quitarán hasta el nombre: y si queremos conservarlo deberemos
encontrar en nosotros la fuerza de obrar de tal manera que, detrás del nombre,
algo nuestro, algo de lo que hemos sido, permanezca".
Primo Levi
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