sábado, 20 de abril de 2024

Noches de melancolía pateando en una ciudad vacía

La inteligencia artificial es la última frontera. Mas allá de esa frontera se encuentran beneficios inimaginables para la humanidad, pero también riesgos que amenazan nuestra existencia misma”.

Stephen Hawkings, fallecido en 2018.


Obligados a ofrendar la mejor cara, nos cuesta mostrar el lado estático de nuestra existencia. Desbordados por la necesidad de ofrecer la mejor imagen, tantas veces no podemos aislarnos de nuestra burbuja social para mostrar nuestra cara solitaria, con sus necesidades. Pero el inconsciente deja señales, nos comunicamos mas con un teléfono móvil que con nuestros seres cercanos, nos adaptamos a la moda del auricular blanco en el oído que mas que situarnos en la vanguardia, blanquea la actitud defensiva de inmiscuirnos cada vez más en nosotros mismos. De esta manera, es postal ciudadana la secuencia de caras anónimas circulando por las calles absortas en su mundo sin interactuar mas que en gestos o miradas solitarias, retratando de manera descarnada en que consiste hoy la lámina de una relación social.


Vivimos en un mundo donde lo real y lo ficticio comienzan a ser difíciles de separar. La era cibernética nos encierra en un oxímoron donde se habita en un mundo interconectado y el individuo padece una profunda soledad. La crisis de relaciones humanas y el abrumador desarrollo tecnológico compensan los vacíos existenciales que generan una dependencia obscena a las aplicaciones y el poder que tienen sobre nosotros. Al deshumanizarse las relaciones personales, no parece una distopía que la relación hombre máquina alcance cotas inimaginables. Todo el mundo habla sólo, en compañía de su tecnología despersonalizando los sentimientos, dejando la responsabilidad de evolucionar en manos de una inteligencia que hasta se denomina “artificial”. En un contorno donde cuesta expresar o exponer afectos, se reemplaza con esa distracción tecnológica que nos acarrea no enfrentar los problemas ni sus emociones, decantando en una aplicación la responsabilidad de proyectar la madurez que se espera del ser humano.


Una película del año 2013 sostiene una vigencia asombrosa que obliga a pensar si el concepto distopia que se sostenía en el siglo anterior, ahora trata de un futuro que no es ciencia ficción sino una realidad cercana y que tarde o temprano se cumple. “Her”, del director Spike Jonze e interpretada por Joaquín Phoenix, más que una película es la posible confirmación del resultado de un experimento social, donde el amor está presente y se nos recuerda que el amar es una acción de la mente más que del corazón, ya que el querer está también en los recuerdos, en los sentimientos y sensaciones que brotan y brotaron en todos nosotros. “A veces pienso que he sentido todo lo que voy a sentir”, “me sentía sólo”, “enamorarse es una locura socialmente aceptada”, “pasamos mas de un tercio de nuestras vidas dormidos y puede que sea el tiempo en que nos sentimos más libres”, “te divides entre hacer las cosas que tienes que hacer y entre hacer lo que amas”, “el pasado es una historia que nos contamos a nosotros mismos” y otras frases filosóficas que cuentan la historia de un hombre que se enamora de una mujer que no existe, obligando al replanteo de si en ese futuro distópico no parece ser tan ficticio ni tan futuro. Nos relacionamos mas con mensajes de WhatsApp, chatbots o en redes sociales que a través del llamado o del encuentro cara a cara, le damos una entonación real a lo que sucede en el mundo virtual. Descargamos aplicaciones que nos relacionen, que nos faciliten el trabajo del vínculo, de la seguridad, confiamos mas en un sistema operativo (OS1) plasmando un orden inexistente. En ese contexto, la metáfora de que un hombre y una máquina se “enamoren” no suena descabellada, ya que la tecnología nos tiene hipnotizados, fenómeno similar al ensoñamiento o idealización que genera el amor al producirse.


Los límites de lo que es o no real están presentes en este guion. El amor está en la mente, por eso seguimos recordando lo que nos genera esa persona que ya no está, extrañamos o necesitamos de un nuevo encuentro, aunque se sepa que no es posible. Propensos a la individualización, esos recuerdos refuerzan nuestra personalidad, prefiriendo la conmemoración a la búsqueda de nuevas vivencias. Una historia personal como la de Theodore Twombly -personaje de Joaquín Phoenix- permite reflejar la problemática tendencia de este siglo XXI, el como afecta la soledad a una persona como así los mecanismos que utilizamos para sobrellevar una melancolía contemporánea, lineal, sin matices, solo rodeada del diseño de una alta tecnología.


La película comprende que el ser humano es un ente individual que funciona en colectivo y la inteligencia artificial es un ente colectivo que tiene una voz individual. La importancia de la tecnología, que debería ser relativa, crea un vinculo de dependencia. Samantha es apenas una voz sin cuerpo –que refuerza que todo está en la mente y no se necesita la dicotomía mente-cuerpo para transmitir o recibir sensaciones- que algún día se puede ir y nos dejará con los vacíos existenciales sin resolver, como lo refleja la historia de la humanidad y su desarrollo. Esa voz sin cuerpo está representada por la sugerente dicción de Scarlett Johansson -lo que nos recuerda que es una gran actriz más allá de un físico imponente, otra paradoja- que parece como sistema operativo exclusiva de Theodore pero no, sigue su propia evolución -cosa que el ser humano parece haber interrumpido- y desarrollo como la misma tecnología, que no podemos vislumbrar su alcance inmediato pero si su dependencia adictiva. “Si te hace sentir, es real” es el triunfo de este guion, seguimos necesitando que nos escuchen, que nos hagan sentir únicos, que apuesten por nosotros y que todas las voces nos sean fieles, una serie de condicionantes que nos ayuden a reparar a ese hombre aparentemente roto que deambula por la sociedad...

 




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