“Solo unos pocos encuentran el camino, otros no lo reconocen cuando lo encuentran, otros ni si quiera quieren encontrarlo”.
Lewis Carroll en “Alicia en el país de
las maravillas”.
Si algo fascina de la historia de Alicia en el país de las maravillas es que uno se acostumbra a lo sobrenatural y al sinsentido. Tal vez porque a todos nos suele parecer aburrido el curso normal de la vida. Alicia, a medida que avanza en la trama no se espanta con lo “fabuloso” sino que le motiva a beber todo lo que a su paso encuentra, permitiéndole seguir explorando con fascinación cada rincón del mundo descubierto. Lo que vamos procesando en el paso por el mundo nos debería enseñar, como a Alicia, que lo que incorporamos de otras tierras, personas o costumbres no romperán la coherencia o estabilidad del mundo que nos toca habitualmente.
Nos aúna con Alicia esa ansia de
traspasar los muros y detener los tiempos. Esa necesidad se profundiza cuando
somos conscientes de que nos toca vivir circunstancias convulsas donde el mundo
parece que se cierra antes de abrirse, donde prima la xenofobia y racismo
basado, además de la intolerancia, en la poca capacidad de querer conocer y
entender al otro, al que llaman con desprecio, distinto. Continuando con las
referencias literarias, Mark Twain prevenía, allá por 1869, que “viajar es
fatal para los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de miras, y mucha de
nuestra gente lo necesita gravemente por estas razones. No se pueden adquirir
puntos de vistas amplios, saludables y caritativos sobre los hombres y las
cosas vegetando toda la vida en un pequeño rincón de la tierra”. El autor de
“Las aventuras de Huckleberry Finn” además de haber sido un escritor ácido fue
un viajero inquieto, dedicando gran parte de su vida a sus travesías. La “Guía
para viajeros inocentes” de 1869 fue utilizado durante años como guía de referencia.
Tengo claro que la filosofía y la
literatura son parte de una realidad, pero solo una parte. Y también están
impregnadas de tópicos y desajustes con la actualidad. Una máxima, ya que
estamos realizando esta entrada en base a ellas, dice que el viajar abre las
mentes. El problema es cuando se lo toma con absoluta literalidad como receta
médica de tratamiento y te encuentras en cualquier rincón del planeta con un
ser por demás viajado y por demás desagradable por lo cerrado, misógino,
estúpido e irrespetuoso. La mente solo se abre para aquellos que tienen la
capacidad y calidad para abrirla, para muchos otros es solo una verdad de
Perogrullo. Entonces, recapitulando, tanto Lewis Carroll como Mark Twain nos
alimentan con relatos que conectan épocas, personas o culturas y nos hace más
cosmopolitas pero no significa que no nos topemos y debamos sufrir a aquellos
gregaristas que reafirman la exclusión y son de lo más viajados.
Las experiencias en el exterior -ya
sea en otro país o en otra comunidad o provincia del país propio- aumentan la
flexibilidad cognitiva, profundidad y capacidad de integración del pensamiento,
como la habilidad para establecer buenas conexiones entre formas dispares.
Todas esas nuevas señales que incorporamos en nuestros desplazamientos nos
abren vías de desarrollo por estar en sitios desconocidos. Cuando viajas, casi
no hay rutinas, tal vez incorpores otras pero es todo nuevo inicialmente. De
ahí que te sientas libre y logres someter por un tiempo el desasosiego o las
restricciones de nuestro día a día. Particularmente, viajo para cambiar de
lugar, el tiempo se dilata y ralentiza durante la travesía. “En los viajes las
cosas se hacen como si fuera la última vez”, refiere Anne Marie Schwarzenbach,
filosofa y escritora de viajes suiza, y
vendría a decir algo así que viajando se controla mejor el irritante picor de
la monotonía.
Para muchos saber viajar no significa
la apertura del hallazgo indómito sino la evidencia de conocerse a sí mismo.
Retomando la literatura, Ulises regresa a Ítaca luego de una larga travesía que
se simbolizó como el exilio de sí mismo, donde debió perder y humillarse
continuamente para poder regresar a su humanidad. Filosóficamente el viajar es
un movimiento que aspira a la realización y a la experiencia personal. Johann
Gottlieb Fichte, filósofo alemán, sostenía que “cada sujeto filosofa de acuerdo con el tipo
de hombre que es” y otro escritor que utilizó el recurso del cuaderno de
viajes, como es el caso de Paul Bowles, considera que el viajero nunca volverá
a ser la misma persona una vez que regrese. Por eso es esencial perder en parte
la identidad, sacudirnos las raíces y ser de otras formas, en detrimento de las
ideas imperantes a las que hasta entonces, nos hemos visto sometidos. Dicha
manera de pensar, la del que regresa asimilando algo distinto nos da la
esperanza de que el presente, tal vez pueda luego ser de otra manera.
Durante la cantidad de días que dure
tu travesía por una ciudad o pueblo extraño, en parte será tu hábitat al instante
que te incorpores, te sumaras en algún momento a parte de sus ritmos. Lo
fascinante es pensar que esa idiosincrasia luego ha de continuar sin ti, todas
esas vidas seguirán delante sin necesidad de tu presencia. El viaje suscita
emoción, llegar a un lugar y deber valerte por ti mismo en el mismo momento que
entras en contacto con la cultura local. La palabra viaje se asocia a salir
lejos, a distancias largas. Y en la metáfora de la vida es lanzarse en busca de
algo valioso, una meta que encontrar y en muchas de esas situaciones, el objetivo
está dentro de uno por lo que el viaje será un aprendizaje más, una oportunidad
de transformación y superación.
El viajar puede abrir la mente, puede
amueblar las cabezas y darnos una nueva oportunidad. La alegoría intenta dar un
sentido a nuestra existencia, llegar bien posesionados a la parada definitiva.
Y si no puedes viajar por placer, vuela con la imaginación y dibuja tus
pensamientos, de esta manera no será un viaje “inmóvil”. Y si tu viajar tuvo
forma de exilio forzado o migración búscale el deseo vocacional a pesar de los
evidentes y sufridos cambios de ver y representar para que todos los seres humanos
debamos experimentar un verdadero tránsito con expectativas en nuestros horizontes…
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