“El límite de
tu mundo es el límite de tu lenguaje”
Ludwig
Wittgenstein
Da la sensación
de que el ser humano vive atrapado en un límite que intenta todo el tiempo
doblegar para avanzar. A través de la filosofía intentamos abordar la realidad
desde la razón. Encerrados en un corralito virtual que dice que es el mundo
concreto, la sensación de inseguridad que presume que más nos movemos en lo
intangible, hace añicos tantas palabras empleadas para no poder explicar que lo
misterioso predomina. Decimos cosas, argumentamos, desarrollamos teorías,
justificamos el paso de civilizaciones, y todo lo hacemos apoyados en el
ambiguo corredor que va de un lado al otro del límite, donde lo racional,
irascible o concupiscible nos invita constantemente a reformular la tontería que
hayamos desarrollado con nombre de teoría para vivir con lo uno y lo otro que
somos. Y seguir teorizando.
Algunos insisten que estamos
desarrollando las generaciones mejor preparadas. En contra de ese razonamiento
por mi contraste con la realidad, intento variar mi apreciación en contrario
para sentir una brisa de posibilidad, un “esta vez puede ser que sea cierto”,
una especie de tranquilidad o necesidad porque sea probable. Pero me siento a
escribir y no puedo sostener esa idea y me pregunto: ¿Mejor preparado para qué?
Si tenemos la dicha de poder entremezclarnos con diversas generaciones, ¿podemos
realmente sentir tranquilidad de conciencia con estos jóvenes de hoy? Si te has
acercado a empaparte de esa preparación, tal vez el chasco que te has llevado
pueda considerarse, como mínimo, de menudo. Porque no puedo sostener que hay preparación
cuando no hay experiencia, no puedo seguir afirmando como habitante de otro
siglo, que los de este están destinados a “ser” la generación preparada sino
solo aquella que más oportunidades puede llegar a tener, pero no concretar.
Que estos jóvenes lo crean, se puede comprender.
Lo que me cuesta digerir es que adultos de mi quinta lo sostengan en un día a
día donde la realidad abofetea a los presentes. Rebuscando en mi vocabulario
intento ser diplomático para determinar que esa generación ha sido preparada
para cambiar o doblegar ese límite entre realidad y virtual, y de momento el
barniz de la palabra y de la especulación no logra lacar ese discurso y
demostrar que no se trata de una generación de analfabetos funcionales. Nos
lavamos la cabeza para defender lo que no se puede defender, trato de divisar
que avanzamos en vez de retroceder, pero no puedo. Y siento que les estamos
engañando, que nos estamos abusando de esos jóvenes, que les estamos timando. Y
no se en nombre de qué lo hacemos. Sigue existiendo una sociedad curiosa,
preparada e interesante pero la realidad indica que hay algo que nos
contradice, tal vez sea que se ha democratizado la ignorancia.
Pídele a un adolescente que busque
información en la web para una tarea de investigación. Anímate a hacerlo y sostén
el fruto del resultado. Pídele que contemplen la posibilidad de buscar en la
segunda o tercera página que arroje la búsqueda. Ante la biblioteca más grande
del mundo, a la que se puede acceder desde un simple click, en un momento donde
el conocimiento se puede compartir de forma instantánea y con un coste bajo,
encontramos que una porción considerable de la sociedad no sabe usarla, y no
hablo de las personas mayores. Son los nativos digitales, es increíble llegar a
esa conclusión, ya que nacieron conectados, ya que te piden prestado el móvil y
te desbloquean una clave o lo vuelven en el acto operativo. Pero de manera
desgarradora, nos damos cuenta de que acceden para no saber nada ni querer saber,
para no sentir curiosidad por nada más que lo pasajero o funcional de la
aplicación. No desean aprender nada porque está inculcado que aprender no tiene
sentido. “Si esta allí todo el rato”, nos justificamos. No logran fijar la atención
en casi nada. Estamos obligados a encandilarlos todo el tiempo, les hicimos
creer que todo lo que se hace tiene que tener un costado inolvidable, lúdico, fantástico,
mágico, mítico -como una de las pocas palabras que aprendieron- y se aburren al
comprobar que no es así, no podemos lograr que un viaje en metro de diez estaciones
solo sea un tedioso viaje en metro, les tenemos que decir que será un viaje increíble.
Y a la segunda estación está desmontado el engaño, pero les seguimos engañando,
nos seguimos engañando.
No quieren saber, esa es la realidad.
Es un rollo o me estás rayando, es la devolución ante la posibilidad de
conocimiento. Lo saben todo porque tienen horas acumuladas en esos simuladores
que son los juegos, pero no saben nada. Es conmovedor observar que no es que ignoren
el conocimiento, solo buscan lo lúdico. Hazme caso y pídele que busquen algo en
la red y que lo resuman: no saben resumir, porque casi no saben escribir,
porque saben bien poco razonar y apenas habitan sus pensamientos con cien
palabras o poco más. Ahora pídeles que te expliquen el uso de una aplicación,
el manejo de una red social, la configuración de un dispositivo, y lo harán
como expertos avezados. Estamos destruyendo la babel virtual del conocimiento
solo porque se quiere usar la herramienta como medio de entretenimiento y nada
más. Anímate a reconocer que lo qué más se comparte es la información intrascendente
y el camino estará plagado de horrores de planteamiento, razonamiento y
ortográficos. Dime por favor que estoy errado, dime que no nos estamos
acostumbrados a una honda mediocridad. Ayúdenme a despegar de ese corredor
racional que creo habitar y que me ahoga y frustra porque quiero compartir algo
más que lo banal o superficial.
Me dirán que no quiero observar lo
bueno que conlleva el cambio tecnológico. No es cierto, yo me he enriquecido culturalmente
con el buen uso de la tecnología. Me veo atrapado permanentemente en la
dualidad de tener que cambiar una manera de pensar anquilosada en mis tiempos.
Leo y releo en los libros de las diversas asignaturas que me tocan rendir para
obtener una carrera que se basa en el trabajo de campo. Me codeo con
profesionales de campo, los veo naufragar, los veo hundirse en la desolación simulada,
les escucho rumiar de impotencia o cansancio. Los siento vacíos pero
empecinados a sostener un discurso. No puedo decir que los jóvenes están
formados, los trato constantemente y sé que, en un porcentaje considerable, lo
de que están formados es mentira. Son cervatillos perdidos, que no saben dónde
pastar.
Si no pensamos o pensamos erróneamente,
¿cómo sorteamos el espiral de ignorancia? El problema, ¿son los centennials, millenials,
Generación X o sus formadores, los baby boomers? ¿Dónde habita el ejemplo?
¿Quién comprende el esfuerzo del ejemplo? En realidad, parece ser que somos
socios en este conflicto. Es imprescindible querer salir de la ignorancia, ya
no podemos seguir justificándola ni comprendiéndola. Los jóvenes,
lamentablemente, tienden a considerar que no necesitan mejorar, tal vez porque
lo que ven a su alrededor, sea similar a ellos mismos. La búsqueda del
conocimiento debe ser algo admirado, no odiado. No defendamos más la solución mágica,
no digamos que si se esfuerzan pueden acceder a una educación superior y a un
trabajo digno. No es verdad, forma parte de ese ambiguo corredor del límite,
límite que hemos sobrepasado y del que no sabemos regresar…
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