“En la base de todas las reglas que
determinan la elección y el empleo de las palabras encontramos la misma
exigencia primordial: la economía de la atención”.
Herbert Spencer – naturalista, filósofo,
sociólogo, psicólogo y antropólogo inglés (1820-1903)
Alguna vez repetí hasta el cansancio
una canción de un artista argentino, que vivió parte de su tiempo en Madrid, y
supo resurgir, mediado los ochenta, de un pasado de niño prodigio al
convertirse en una estrella que él, hubiera deseada se le equipare a Dylan o a
Morrison. Pero la cuestión es la canción, la repetía una y otra vez, y hasta la
cantaba cercano a las lágrimas siempre internas, por el dolor que sentía hacia
un amor frustrado. Entre suspiros de dolor me preguntaba cómo había podido
graficar tan contundentemente esa sensación de despertar y pensar en el acto,
si la has de ver. Me aliviaba en parte saber que era moneda corriente ese
dolor. Me aliviaba hasta que alguien me contó que esa canción en realidad se la
cantaba a la cocaína. Nunca sabré la realidad, porque no es habitual que un
cantante, o un escritor, o alguien vinculado al éxito te confiese que su gran fama
en realidad surgió de una marranada. Pero yo era capaz de perecer en mi cama
sintiendo eso bien propio, lo de y ahora tengo que esconder mis heridas.
En otro tiempo, también escribía
novelas. Es que quería ser escritor, me había despertado con el gusanillo
seguramente. Mi padre, un día me regaló una temática para desarrollar que se
convirtió en una asignatura siempre pendiente: que escribiera una novela donde
graficara que la vida es una gran puesta de escena de una eterna obra de
teatro. No pude encontrar mi guion preciso para esa ficción, aunque creo que
llevo cinco años escribiendo en este blog, de ese eterno escenario que es la realidad
que transitamos. Tal vez no tiene forma de novela, ni corta ni larga, pero he
ido saldando la deuda ante el pedido de mi padre. Y en ese recorrido, leo una
noticia y me inspira alguna pregunta nueva donde volcar mis cuatro o cinco
carillas Word de cada semana. Y al publicarlo me gusta lo que ha salido, pero
en realidad, pocas veces representa lo que pensé escribir originalmente, mi
relato finalmente atravesó otra realidad.
El ser humano piensa con imágenes. Y
de esta manera intenta explicar lo desconocido con lo conocido. De ahí que el
mundo parezca montado sobre diez o veinte estereotipos. Puesto que la imagen
nos suele ayudar para expresar lo que nos abruma o condena, lo que en realidad
sucede es que nunca logramos alcanzar la imagen soñada, entonando la imagen que
pudo ser dándole carácter definitivo. No sé si me logro explicar, pero sin
imágenes no habría arte. En nombre del arte se alcanzan proyecciones,
aproximaciones solamente porque lo que trasciende es la deformación de la
imagen que nos ha ayudado a intentar proyectar esa necesidad artística, espiritual
inicial para convertirla a través de la imagen que utilizamos, en un símbolo al
que no recurríamos pero que ha quedado instalado. Y la duda inicial, bien
gracias. Sigue en el vacío de nuestro interior, en el debe continuo de la
humanidad.
Entonces parece que la vida transcurre
a través de estas imágenes, las que podemos recrear. Pero tal vez no logramos
expresar a través del arte en una necesidad: una nueva historia del arte basado
en el cambio de la imagen. Por eso las imágenes que generamos parecen eternas, inmóviles.
De siglo en siglo, de país en país y de continente en continente, se transmiten
sin cambiarse las mismas imágenes que en realidad no representan el prisma. Fomentamos
más la disposición de las imágenes que la creación de nuevos gráficos. Y nos
confunde a todo aquel que siente que algo se está diciendo, aunque la verdad
anide en la maraña de nuestros sentidos. El contrasentido es aún mayor cuando
alguien te agradece porque le has dado palabras a un contenido que le preocupa,
y cuando te alcanza a precisar parte de ese entramado, te silencias ante tu
confidente porque en realidad, no tienes un punto en común con ese
razonamiento. Y tal vez el arte sea la distorsión de las imágenes que nos
persigue y nunca llegamos a darle la forma definitiva que se merece, y que
seguramente necesitamos.
Y hoy toca la música, pero podría
haber sido la literatura, la sindicatura, la ecología, o la disciplina que quisiéramos
graficar. Hay expresiones que han sido forjadas sin esperar de ellas ninguna
pretensión o percepción. Y se convirtieron en éxito, y el autor, al relajarse
por el poder que brinda la gloria, se relaja y se desnuda, y nos muestra un
vello que no es peinado ni reflejo. Y el juego de imágenes nos irrita porque
genera varios efectos: el culto incondicional, por un lado, y la necesidad de
desarroparle, de descubrir sus vergüenzas por transitar un éxito tal vez
inmerecido o precipitado. Esto se nota mucho con los artistas de izquierda que
le trovan a las injusticias sociales, a las necesidades espirituales de cambio
de ciclo o tal vez de mundo, y al instalarse en una elite viven de forma
contraria a lo que cantan. No se ustedes, yo me desilusiono en el acto. Se les
ve en conciertos públicos cobrando millonadas para seguir cantándole a la
injusticia distributiva, al eterno fascismo que nos posterga, al burgués odiado pero que todos quieren habitar, siendo muy pocos los que alcanzan ese merecido
estatus. Repito, hoy toca la música, porque quizás es más fácil adosarle el
pensamiento a otro gremio, pero en el caso de la acción social -donde
transito-, la idea es similar. Todos filosofamos sobre la desgracia de la acumulación
ajena, pero no nos sonroja la dimensión de lo que logramos acumular. Una buena
idea, una gran intención a veces solo se convierte solamente en una imagen que
nos favorece. El problema inicial, como el pecado, seguirá expectante que una
nueva forma de imagen lo acorrale finalmente.
Gracias a la vida que me ha dado
tanto, se entona a pulmón lleno. Cuando en realidad, los anónimos del coro son
los que nunca podrán precisar si hay cuantía en lo que les deparó la vida. El
cantautor de protesta seguramente debería protestar por el confort que
aburguesa, pero de manera empecinada, le sigue dedicando corcheas a la eterna imagen
de la injusticia social, que ahora se tratará de una imagen más distorsionada
por la original, porque ya ni se transita. No hay nada más patético que ver a
un comunista conduciendo un Mercedes o un líder de movimiento social que
escracha a las grandes empresas por la opresión que profesan mientras él camina
con sus Nikes bien blancas y lustradas. ¿Y usted preguntará porque cantamos?,
nos dice una hermosa canción de éxito casi eterno. Hay una estrofa de la canción
de Alberto Favero que graficará tal vez, esa historia inconclusa de la imagen
siempre pendiente en la vida: “Si los nuestros quedaron sin abrazos, la patria casi muerta de tristeza y
el corazón del hombre se hizo añicos antes de que explotara la vergüenza”.
Esta canción tan sensible a nuestros ideales se pregunta porque cantamos y en clímax
de la composición expresa que cantamos porque los sobrevivientes y nuestros
muertos quieren que cantemos.
Solo se
trata de olvidar que anhelamos ser recuerdo eterno. No podemos precisar si hay
dos tipos de imagen, la imagen como modelo práctico para pensar y agrupar los
objetos, y la imagen como medio de refuerzo de la impresión. Agobia suponer que
nuestros hábitos se refugian en un medio inconsciente y automático. Yo hago la
misma prueba cada vez que termino de escribir: leo lo que quedó plasmado, pero
nunca llega a representar la duda cruel que me llevó a sentarme frente a un
papel en blanco y procurar, esta vez sí, alcanzar la respuesta eterna. Lo único
bueno de todo esto, es que no trasciendo. De hacerlo algún día, deberé aprender
a convivir con ello. Y creo que podré hacerlo…
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