"Podemos haber venido en
diferentes embarcaciones, pero ahora estamos en el mismo barco"
Martín Luther King, Jr.
Un problema ya sería el que la gente
no lee en profundidad. Ya sé, en un arrebato de incomodidad o vergüenza, dirán
que sí que leen, ya que consideran al wassap, el facebook o el periódico
gratuito y resumido, como elemento de lectura. También preocupa la poca
capacidad que tiene la sociedad de hilvanar frases coherentes y claras. Otro
inconveniente es que si leen, buscan la perfecta síntesis que hasta incluya el
razonamiento ajeno, para incorporarlo y darse por erudito del tema en cuestión.
Pero el problema es mayor, si debemos acomodarnos a la tendencia en aumento del
lenguaje sexista, preferencia que obliga a una contradicción al menos a
revisar: Nadie lee, sabe bien poco hablar, pide síntesis porque no tiene propia
y debemos engordar los contenidos para contentar a unos y otros.
Generalmente en los arranques de mis
entradas, suelo acometer con un introductorio donde no comprometa a nadie. En
este caso, veo posible el enojo de los que cuestionarán este primer
razonamiento, sin saber de que irá el resto del contenido. Por eso, intentaré
remontar la situación y para lograrlo me apoyaré en un trabajo realizado hace
bien poco por Rodrigo Galarza, poeta y profesor de Letras argentino. El
profesor Galarza se tomó su tiempo para leer al completo las 297 páginas del
"Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una
Paz Estable y Duradera" entre el Gobierno colombiano y las FARC-EP, desarrollado
en La Habana, Cuba. Galarza, tras la primera lectura, se encomendó pulir los
contenidos "incluyentes", y el resultado es concluyente: El acuerdo
se redujo así en 93 páginas, es decir poco más de un 30%.
Si agudizáramos el ingenio,
podríamos sortear la situación con el simple hecho de conocer el lenguaje. Es
sabido que nuestro castellano tiene la preferencia de masculinizar conceptos o
palabras que remitan al plural o grupal, y vaya paradoja a esto se le denominó uso
inclusivo - ya que su empleo no implica oposición al femenino -; pero no
siempre se necesita agregar la terminología femenina que acompañe al masculino
para no manifestar diferencia de género. De tener fluidez léxica, muchas
palabras o frases se pueden sortear y presentar un lenguaje incluyente. De
lograr dominar nuestro idioma, incorporando lo necesario, nos daremos cuenta
que no siempre el problema son los idiomas; aunque pasen los siglos, lo que
excluye siguen siendo las actitudes y los sexistas son los hablantes, no las
palabras.
"Amigos y amigas", "compañeros
y compañeras", "miembros y miembras", "todos y todas",
o "ciudadanos o ciudadanas" inundan los discursos oficiales, con la
supuesta intencionalidad política de mostrarse incluyente y políticamente
correctos, lo que se dice precisiones de género. La desigualdad es un mal que acampa
por la tierra todo el santo día. El género femenino sufre como nadie los
efectos de la desigualdad, y los caminos para equiparse suenan aún lejanos y
plagados de obstáculos. Pero apartémonos unos segundos de cualquier polémica y
preguntémonos como sociedad que nos sucede que en vez de practicar el respeto y
tolerancia que inevitablemente debe llevar a la utilización de una conciencia
cívica, estamos todo el tiempo enojados y adhiriéndonos a causas que en
realidad no dejan de enfrentarnos.
La tendencia en aumento de aquellas
personas que están prestas a corregir sin respiro el supuesto lenguaje sexista,
tienden a molestar, sobre todo a los que no practicamos las diferencias entre
géneros, ni en el habla o en las actitudes. Estos fervientes admiradores de lo
inclusivo, tantas veces poseen comportamientos tan cercanos a los que denostan,
que llama la atención que tropiecen con su propia radicalidad sin notarla. Si
consideramos que la batalla pasa por el dominio de las palabras, la contienda
llevará mucho más tiempo que el que supone que alguien ponga una @ para
graficar que pueden ser ellos y ellas juntas. Por decir todos y todas no se
soluciona el problema, me viene a cuenta un sinfín de integradores sociales o
casualmente políticas mujeres que usaron esta frase y que lo único que lograron
fue manipular a unos y otros, robándoles y mintiéndoles por igual.
A mediados de los ochenta del siglo
pasado, se profundizó con recomendaciones para combatir el sexismo
lingüístico, lo que ha creado un conflicto entre dos posturas muy definidas que
casi cuarenta años después no ha registrado grandes avances. El avance, aunque
aún lento, y que muchos no logran ver con suficiencia porque aspiran a más -con
lógica- es que las mujeres han cambiado su manera de estar en el mundo. Pero el
trabajo es más que arduo. Son demasiados siglos - los mismos que la misma
existencia- y los resultados se verán en el tiempo, no ante una contestación
intempestiva de ningún movimiento o militancia. Como muestra un botón,
cualquier publicidad suele ser sexista, eso no cambia aunque las que lleven la
campaña publicitaria puedan ser mujeres creativas o directoras de arte, o las
encargadas de las cuentas de la empresa sean mujeres. No se cambia de momento,
porque responde a un estereotipo demasiado arraigado.
Es importante que en las aulas se
incluyan temas como el de la diversidad. El problema es que en las aulas casi
no se incluyen políticas que vayan más allá de hipocresías que no permitan
reconocer que cada día se educa peor o no se educa a los niños. ¿De qué sirve
la diversidad en las aulas si a los chicos no se los educa realmente en la
práctica en valores, ni se le brinda elementos para reconocer los contenidos o
respetar a sus semejantes? 0, si los valores que contienen los contenidos son
simples normas curriculares que los mismos encargados de ofrecerlas, saben de
antemano que sólo será formulismo para dar por sentado una intención que no
tendrá más énfasis que la lectura de un par de artículos.
La discusión es mucho mayor que
lingüística, donde muchos se conforman con la aplicación mínima sin encontrarle
la vuelta a lo máximo que es la dimensión de una formación, que cada día es más
limitada. No es un problema del lenguaje, es un problema de una sociedad que se
muestra cansada, pero que grita como histérica o caprichosamente en pequeñas cosas,
dejando definitivamente de lado las cosas más importantes, las que configuran
las sociedades que es la capacidad de reflexión. Se nota que estamos enojados
de que todo esté mal, pero no se nota que ese enojo se convierta en comunitario
y no especifico de cada reclamo o sector que se manifiesta. La sociedad es cada
día más individualista y eso se nota hasta en el reclamo y hartazgo.
La duda es poder reconocer si las
palabras logran cambiar la realidad o si es la realidad la que cambia las
palabras. Los que se inclinan por esta segunda opción ven con lógica que en
esta realidad de escasos contenidos se observe con naturalidad el deterioro del
lenguaje y la escasa comunicación entre pares. Y los que quieran defender la
primera de las teorías se puede encontrar con una realidad: no hay muchos
ejemplos de que solo con palabras se hayan cambiado realidades. Es que no debe
ser un problema lingüístico, sino una tendencia que estamos arrastrando en el
tiempo de hacer todas prédicas simplemente pasajeras o de moda.
"Sólo los venezolanos y
venezolanas por nacimiento y sin otra nacionalidad podrán ejercer los cargos de
Presidente o Presidenta de la República, Vicepresidente Ejecutivo o
Vicepresidenta Ejecutiva, Presidente o Presidenta y Vicepresidentes o
Vicepresidentas de la Asamblea Nacional, magistrados o magistradas del Tribunal
Supremo de Justicia, Presidente o Presidenta del Consejo Nacional Electoral,
Procurador o Procuradora General de la República, Contralor o Contralora
General de la República, Fiscal General de la República, Defensor o Defensora
del Pueblo, Ministros o Ministras de los despachos relacionados con la
seguridad de la Nación, finanzas, energía o minas, educación; Gobernadores o
Gobernadoras y Alcaldes o Alcaldesas de los Estados y Municipios fronterizos y
de aquellos contemplados en la Ley Orgánica de la Fuerza Armada"...
El extenso párrafo anterior
corresponde a la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela adoptada
en 1999, que buscó ser un ejemplo de la no discriminación. No es justo precisar
en estos momentos su efectividad teniendo en cuenta la situación social del país,
porque la pregunta de si los derechos de las mujeres son más visibles desde ese
momento no parece ser oportuno, ya que las palabras parecen no ser acordes con
el sentir de la palabra respeto, que es casualmente masculino pero que los
políticos o militantes, más allá del género al que pertenezcan prefieren
escribir y no profesar...
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