"Ay",
- decía el ratón -. El mundo se está haciendo más chiquito cada día. Al
principio era tan grande que yo tenía miedo, corría y corría, y me alegraba
cuando al fin veía paredes a lo lejos a diestra y siniestra, pero estas largas
paredes se han achicado tanto que ya estoy en la última cámara, y ahí en la
esquina está la trampa a la cual yo debo caer".
"Solamente
tienes que cambiar tu dirección", dijo el gato, y se lo comió.
¿Cuántas veces nos sentimos igual
que resignados que este ratón acorralado? Muchas veces, y tantos de esos
momentos de impotencia, nos sobrevuelan a través de dictámenes de otros, ni
siquiera son a consecuencia de nuestras propias intenciones, decisiones o
errores. Y tantas de esas veces, el problema se disiparía al no darle
importancia, al no adentrarnos en las batallas de los demás. En esos terceros,
que sostienen el poder, y deciden legislar el mundo que ellos necesitan que
exista, el de sus propias conveniencias. Ante esos poderes, nosotros poco
podemos hacer. Y en realidad, sólo nos interesa transitar y sobrevivir en el
único mundo que vivimos.
Llevo días imaginando que escribir y
como escribirlo. Recorriendo una etapa de bloqueo, no siento satisfacción,
orgullo ni seguridad en lo que deseo trasmitir. Y como el ratón, me siento algo
resignado a escribir veinte líneas y borrarlas de inmediato. Así han pasado
cinco días, no hay rutina ni procedimientos que me respalden. Parece que el
cambio de hábitat me ha dejado en la intemperie. Las paredes son inmensas, no
me se dar vuelta y la gracia de que el gato esté esperando junto a la trampa
para darme el inútil tardío consejo, no me devuelve una sonrisa ante lo absurdo que
son los problemas.
Para algunos, Frank Kafka era un
escritor que escribía con gracia, aunque para la mayoría cueste localizar
sutilezas, agudezas u ocurrencias entre
tanta fortaleza de sus relatos. Pero ya sea gracia o contundencia, tienen en
común que uno se sienta a leer al escritor checo y el efecto es repentino, como
suele suceder al arribar la carcajada. El estupor o las líneas de pensamiento
que nos sobrevienen cuando nos sentimos una cucaracha en el caso de "La metamorfosis",
o una rata en esta "Una pequeña fábula", causan asociaciones
inmediatas en el receptor. Ya sea gracia o impresión, podemos coincidir que
leemos a Kafka con una sonrisa nerviosa, con una innegable necesidad de que esa
metáfora termine pronto.
El humor debe ser difícil de
consensuar. Y no que hay que esforzarse por comprenderlo, sino pasa lo que pasa
cuando debemos explicar un chiste, le vaciamos su contenido. Lo que para
algunos resulta hilarante, para el otro no merece siquiera una mueca de
sonrisa. Para una cultura lo gracioso es cotidiano, para otras resulta
irreverente u ofensivo. Una muestra literaria del humor es la sátira, y este
género se ha visto en idénticas proporciones, disfrutado y perseguido. No es de
ahora que hayan sufrido censura, persecuciones e incluso la muerte.
Aristóteles definió el sentido del
humor, como una reacción natural del ser humano ante el reconocimiento de una
incongruencia. Y hay personas capaces de destacar esos aspectos ridículos de
forma ingeniosa. El trofeo favorito del cómico o de la sátira es ir tras lo que
otros consideran serio, formal o correcto. Y eso genera enemistades. La duda es
si se deben fijar límites, quizás ese sea el buen gusto, pero en cuestión de
gustos tampoco hay una precisión.
La sátira abarca un sinfín de temas,
pero se suele centrar en la política, ya que allí el humorista puede captar con
más diligencia y agudeza, las flaquezas y debilidades de los hombres públicos,
exhibiéndolos con crudeza y con intención crítica, y últimamente, como única
vía que se asemeje a la justicia. Pero la política abarca lo financiero, es
decir el chiste a los banqueros y las ruinas que generan, o a los militares,
por esa rigidez que contempla su accionar y su deber hacia una supuesta patria,
y también se utiliza contra otro elemento rígido, las religiones.
Solemos caer en tópicos que
sostienen el concepto de democracia, tales como "Todas las opiniones son
respetables". Suele ser difícil de practicar, lo que debe ser respetables
son las personas, las opiniones pueden muchas veces estar terriblemente
confundidas. Podemos refutar ese otro parecer, podemos rechazarlo con una
contra teoría, y también podemos, y lamentablemente se hace seguido,
ridiculizarlas. Y ahí radica el problema por el que casi todos atravesamos, nos
cuesta aceptar las diferencias. Por eso se recurren a frases como libertad de
expresión o tolerancia. Y por eso también se hace habitual ante el disenso,
hablar de persecución, de campañas, de animadversión.
Nos suele divertir lo intrascendente
y entra en juego la afinidad cuando alguien se burla de otras cosas. A mí me
divierte el tratamiento que puede dar una viñeta o cómico a algunas políticas
llamemos extremas o de derecha, pero no me causa gracia cuando se trata de mi
afinidad. Y así todo el tiempo. De los defectos ajenos es fácil burlarse. Pero
a ninguno nos favorece la risa hasta el hartazgo de nuestras debilidades, de
nuestras carencias, de nuestras taras. Lo ridículo siempre es mejor que esté en
el ojo ajeno.
El objetivo de la sátira suelen ser
los poderosos o autoritarios. Remarcar las faltas morales, las arbitrariedades,
incompetencia, falacias puede desatar la ira de los intolerantes. Lo satírico
debe ser sutil, expone mucho más que lo intolerante, lo soez, que suele ser el
proceder del poder que se siente ridiculizado. Pero el humor siempre debe ser
responsable, debe dejar de lado ese costado inmaduro que a veces más que
genial, parece casi adolescente.
De las revistas satíricas uno espera
sátira. Pero del resto de las áreas que conforman las sociedades, no siempre
suele ser conveniente satirizar sobre las diferencias. Ante una asombrosa
atrocidad como fueron los asesinatos de los periodistas y caricaturistas de la
Revista satírica Charlie Hebdo, se abren varios frentes que ahondan las
diferencias. Y misteriosamente, la mayoría de la gente se ve envuelta en
sloganes, que hacen que un mínimo cuestionamiento, nos pueda convertir en
disidentes, en intolerantes, en inhumanos. La mera aparición de la consigna que
todos somos Charlie, solo se puede justificar para condenar la muerte de seres
humanos, de parte de terroristas, y no implica una identificación con la
revista. Porque no a todos les agrada la sátira religiosa. Y para muchos, más
que una encendida defensa de la libertad de expresión, puede suponer un pulso
acorde de intolerantes cívicos contra la intolerancia terrorista.
Cuando somos adultos, tenemos la
capacidad de dominar nuestro espíritu humorístico. Sabemos que hay momentos donde
no es oportuno. Sabemos que el humor no suele ser el antídoto a la explosión de
la violencia. Cuantas disputas se pueden frenar si no se utiliza más la ironía,
la insinuación o la superioridad argumental. Retroceder no tiene que significar
reprimir tu libertad de expresión, es una manera de encauzar las aguas ante un
conflicto por demás absurdo. El precepto de libertad de expresión de la
cultura occidental no siempre es claro para todas las culturas. Aún los que nos
incorporamos al funcionamiento de otras sociedades, tantas veces nos sentimos
atónitos al observar procederes. Y algunas veces es producto de nuestra falta
de interpretación.
Todas las libertades que pregonamos
tienen un mismo límite, que alcanzan a los derechos de los demás. Para hacer
posible e imperativa la convivencia, no podemos dejar de lado el derecho ajeno.
Algunas de las viñetas eran groseramente irrespetuosas, y lo puedo decir desde
el punto de vista de una persona totalmente alejada de la vida interior
religiosa. A mí no me ofendían ni me causaban gracia, pero si me hizo ruido el
apoyo incondicional post, al asaltar los quioscos a primera hora del día para
hacerse con la revista especial. Y más cuando alguna de esas filas se dieron fuera de Francia. Repito, puedo estar equivocado con la
intención de no claudicar o solidarizarse con las víctimas, pero me sobrevino
una sensación de frivolidad por querer saber que contestaron ante los ataques, por tener una "edición histórica", por estar un rato en una escena, que luego nadie
quiere transitar, que es la de entender y congeniar con el otro.
En la relación entre la sátira y la
política, la permanente referencia humorística intentará influir sobre la
conducta política, ya que ambos son necesarios, uno "denunciando" y
el otro porque tiene la llave para poder reformar esas falencias. Si la sátira no impulsa en la gente un cambio de su manera de pensar, fracasa. Y mucho más, si provoca reacciones violentas, el mensaje no ha sido el adecuado. La sátira
política tiene como enemigos la intolerancia y la tiranía. La sátira religiosa
siempre ha de mediar con enemigos irreconciliables. Las burlas aumentan las
brechas, hacen más distantes las ideas, favorece a los extremos.
Mark Twain alguna vez declaró
"Nada se sostiene contra el asalto de la risa". Una sátira puede
resultar de inicio inofensiva, pero la cantidad de gente que la festeje puede
convertir, en algunas mentes, en una humillación pública. No es una
justificación ante el extremista, esa persona no suele tener ni necesita
defensa. El debate está centrado entre aquellos que como alguna vez argumentó
Sócrates, "nos burlamos de quienes se sienten superiores a nosotros sin
serlo y que el peligro está en deleitarnos en lo que es, al fin y al cabo, un
vicio". Y es un vicio que todos practicamos, reconociendo solo en el otro
lo más absurdo de nuestra existencia.
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