domingo, 31 de marzo de 2024

Solo meterme en tu ritual y descifrar tu enigma

El original es infiel a la traducción”.

Jorge Luis Borges

Cuando se trata de traducir un libro, es una utopía escribir el mismo libro en dos idiomas. Y es imposible precisar que un libro traducido por varios traductores coincidan en el tiempo. Una lengua parece un sistema estructurado y al mismo tiempo, subjetivo, lo que daría, en el mejor de los casos, un texto aproximado al original. Cada obra será susceptible a una infinidad de traducciones si tenemos en cuenta la cantidad de idiomas que se utilizan para traducir un original. De ahí que la traducción sea considerado un género más dentro de la literatura. Por eso surge el principio de “infidelidad feliz y creativa”, acuñado por Jorge Luis Borges, ya que su particular estilo de traductor consumado estaba signado mas en mantener el significado que la forma o los detalles.


El escritor argentino mantenía a rajatabla cinco estrategias que consideraba necesarias para obtener la traducción de un texto de calidad: eliminar las redundancias, omitir las “distracciones textuales”, añadir matices como cambiar el título, reescribir una obra a la luz de otra e incluir una traducción literal en una de sus propias obras, es decir usando esa escritura creativa. Estas técnicas o estrategias han cuestionado la fidelidad de sus versiones con relación a la obra original. Borges sostenía que una traducción podía enriquecer un texto hasta incluso mejorarlo, tratándola de un sorteo experimental de omisiones y de énfasis. Para ello practicaba versiones autónomas pretendiendo reproducir una “emoción estética” tan verosímil como la del original. Este concepto, el escritor argentino lo equipara con el modo en que diversos lectores hacen diversas interpretaciones de la lectura de una obra. Pero remarcaba que siempre le exigiría a un buen traductor poseer un “buen oído”, es decir conocer bien la lengua y la cultura del original que va a traducir.


Jorge Luis Borges tradujo obras completas o fragmentos de obras de personalidades diversas como: Oscar Wilde (tradujo su “Príncipe feliz” con solo nueve años), Frank Kafka, William Faulkner, Virginia Woolf, Edgar Allan Poe, James Joyce, Herman Melville, Herman Hesse o Rudyard Kipling. A pesar de polémico por su manera de interpretar el trabajo de una traducción, su papel de traductor fue de relevancia. El método, según Borges, se imaginaba y nunca se imponía, por ende al no confiar en teorías generales, evaluaba sus tradiciones “caso por caso” con sus particularidades. Para Borges, sus mejores traducciones no son las que restituyen el significado o las palabras del original sino la que están mejor escritas y son más agradables de leer. De ahí el reproducir una emoción estética que deriva en el principio de infidelidad sea producto de una pasión literaria, compuesto de una perturbadora mezcla de estados emotivos.


Si cualquier lectura implica un acto de interpretación, una obra va mucho más allá de su creador, trasladándolo a una traducción, es susceptible de un numero infinito de traducciones, sumado a que una obra universal sostiene diversas voces a lo largo de la historia, por la interpretación etnocéntrica de sus lectores que hará que lo inalterable se convierta en variable. Cada época posee su lengua, el peligro de las futuras traducciones enciende las alarmas con la escasez del lenguaje actual. El adentrarse en las nieblas de un idioma propio para comprender otra lengua necesita del entrenamiento del leer o escribir, por lo que se debe asumir, como ejemplificó José Ortega y Gasset que todas las acciones del ser humano son utópicas.


La traducción perfecta también se perseguirá como un ideal, es imposible el traducir palabra por palabra sin tener en cuenta los diferentes paisajes y diversas experiencias, además de que los textos se deben adaptar según la cultura, la gramática o la evolución de la lengua de destino. Teniendo en cuenta que “Miseria y esplendor de la traducción” fue escrita por Ortega y Gasset en 1937, su teoría en aquel momento de que toda acción humana parte indefectiblemente hacia el fracaso -la traducción es el arte de la aproximación nunca alcanzada- que nos queda por asumir ese afán utópico contaminado por el vigente deterioro de cualquier mensaje o uso reducido del lenguaje donde las palabras interesan poco y se utilizan en limitada dosis para solo transmitir de manera superficial. Un traductor debe aspirar a decir todo de un texto y decirlo de la mejor manera posible. La transmisión del espíritu de la obra y de la época nos llega a través de un traductor, y no lo queremos asumir, por que si no tendríamos que aceptar que a pesar de todo lo que hemos leído en nuestra vida, en realidad nunca hemos leído a Kafka, Saramago, Dumas, Marai, Shakespeare o Dostoyevski...

 




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