“Si
un libro les aburre, déjenlo; no lo lean porque es famoso, no lean
un libro porque es moderno, no lean un libro porque es antiguo. Si un
libro es tedioso para ustedes, déjenlo; aunque ese libro sea el
Paraíso Perdido —para mí no es tedioso— o el Quijote —que
para mí tampoco es tedioso—. Pero si hay un libro tedioso para
ustedes, no lo lean; ese libro no ha sido escrito para ustedes. La
lectura debe ser una de las formas de la felicidad, de modo que yo
aconsejaría a esos posibles lectores de mi testamento —que no
pienso escribir—, yo les aconsejaría que leyeran mucho, que no se
dejaran asustar por la reputación de los autores, que sigan buscando
una felicidad personal, un goce personal. Es el único modo de leer”.
Jorge
Luis Borges.
Según
Jorge Luis Borges, un libro puede ser un objeto de placer o de
tortura. “Leer es buscar una felicidad personal” también es
frase del genial escritor argentino. La relación íntima con la
lectura nunca debe ser resultado de una imposición u obligación. La
lectura nos debería otorgar una sensación similar a la felicidad o
bienestar y si no, a algo parecido a una búsqueda frenética y
reposada, aunque suene contradictorio. El acto de la lectura tiene un
componente egoísta reservado solo para nosotros pero que al momento
de un enorme descubrimiento literario despierta la necesidad de
recomendarlo para compartirlo. Pero ese ideal nos da de bruces cuando
lo que estamos ante la presencia de un libro difícil de leer. En la
constante búsqueda de hallazgos se puede topar con libros aburridos,
impenetrables o inentendibles, aunque sea considerado por muchos como
hallazgo o joya universal. ¿Qué se hace? ¿se insiste o se
abandona? Muchas veces que un libro sea aburrido para uno no
significa que no tenga calidad literaria.